CORTO SILENCIO
Nada. Ninguna palabra.
Pero se dice todo,
en un corto silencio.
Un verso.
Un corto silencio
para el mundo.
Toda la poesía
para mi alma,
en un corto silencio.
No existe más belleza que atrapar los sonidos del mundo en unas palabras y ahondar en sus misterios por medio de las palabras de un poema.
CORTO SILENCIO
Nada. Ninguna palabra.
Pero se dice todo,
en un corto silencio.
Un verso.
Un corto silencio
para el mundo.
Toda la poesía
para mi alma,
en un corto silencio.
DESGANA
Ahora todo parece cansado.
Hasta el viento no tiene ganas
de soplar esta triste mañana.
Y mi alma no quiere
cantar su fragoroso silencio.
Mi corazón tampoco acompaña
en sus latidos la música
poética de mi camino.
Y me siento exhausto,
como una hoja de otoño
cuya primavera agostada
ya no aguanta en la copa
de un árbol mustio.
Ahora todo parece cansado.
Todo es pura desgana.
Y sin embargo, mis letras
no se fatigan.
Hasta en la desgana,
grita rebelde al cansancio
mi poesía.
COMO SIEMPRE, COMO NUNCA
Como siempre, llegas contigo,
pero lejos de ti.
Como nunca, te amo
pero no llego a quererte.
Como siempre,
eres poesía y nostalgia.
Como de costumbre,
un beso al viento.
Como nunca, te amo.
MALDITA CEGUERA VISIBLE
Ahora me viene
a la memoria aquel famoso libro de Saramago, titulado Ensayo sobre la
ceguera, en que el autor portugués hablaba de cierta subrepticia ceguera que
no se manifestaba en lo físico, sino en una especie de sibilino manto lechoso
que iba encegueciendo a quien se contagiaba de una dolencia desconocida. Tal
vez, un letargo de conciencia. Todo ello
sucede mientras observo a mi alrededor y solo veo gente cabizbaja. Gente
triste, incapaz de alzar la mirada del suelo. Gente que ve muchas cosas en sus
pantallas, pero no es capaz de sostener la mirada en otra mirada sincera
durante más de dos segundos. Ya decía alguien que una cosa es ver y otra cosa,
que transciende la capacidad de visión de nuestros ojos, es mirar. Porque el
hecho de mirar implica detenerse. Implica calmarse un poco, detener tal vez la
mente, y observar lo que acontece alrededor para que el alma se impregne de la
esencia de ser natural y humano, más allá del mundanal ruido cotidiano y los
imperceptibles rayos de sombra y angustia que azotan una felicidad que nunca
parece llegar. Y eso es casi una utopía en un mundo en el que todo son prisas
por llegar a ninguna parte y poco tiempo para parar un momento y mirar. El mar,
las olas, la naturaleza. Lo que sea que se pueda mirar en calma.
Todos
ven. Las pantallas de sus móviles; la guagua que llega a toda prisa a la
parada; los escaparates de moda; las estanterías de los supermercados en que
endulzar el tacto y el gusto; las redes sociales para no parar de recibir ese
chute de dopamina instantánea que todo el mundo quiere. Pero pocos miran. Ahora
cae la tarde, y así como se oculta el sol, se esconden tras una máscara de
cansancio las miradas tristes. Los rostros de resignación de una multitud de
viandantes con el único rumbo conocido: trabajo, casa, casa trabajo. Todos ven,
pero pocos miran. Y ahora solo puedo preguntarme si soy el único de que se
percata de que, imperceptiblemente, ese manto lechoso está encegueciendo las
miradas ajenas y la mía propia, por mucho que trate de ir un poco más allá
siempre. ¿Será que este mundo, tal vez, adolece de ceguera visible? ¿Será que
ya se ha dormido nuestra conciencia de ser y no nos queda mirada para dar, sino
una maldita ceguera visible?
BENDITO OLVIDO
Corría el mes de septiembre de
2009. Aquel día se levantaba tras el horizonte y amanecía como un
acontecimiento que cambiaría el rumbo de mi existencia: ennegrecido y lúgubre. Arrancaba con la característica "panza de burro" que se suele dar con frecuencia
ese mes del año en Las Palmas de Gran Canaria, aderezada con algo de llovizna. Y mi madre, por aquel entonces, llevaba algún tiempo padeciendo una profunda
depresión por la que se le había diluido esa maravillosa sonrisa angelical que
era capaz de encandilar la más oscura de las auras. Mi padre acababa de llegar
del neurólogo y era portador de terribles noticias: habían diagnosticado
alzhéimer a mi querida madre. Mi mundo no tardó en derrumbarse como un castillo
de naipes ante un simple chasquido de dedos. Aunque yo ya tenía otra teoría en
ese sentido, no pude evitar derramar algunas lágrimas. Mi madre definitivamente
se apagaba como la trémula luz de un quinqué, y era imposible saber con certeza
cuánto tiempo más seguiría brillando en ella esa mirada oceánica tan suya, tan
añil y tan dulce.
Se puede decir que la dolencia la
fue consumiendo más pronto de lo que se había pronosticado en un principio.
Empezó a posarse sin demora el níveo invierno en su piel cada día más pálida, y se podía constatar algo así como si un ampo blanco de
diciembre capilar quisiera robarle también ese cabello rubio tan lindo que
llevaba. Sin embargo, algo en toda aquella espiral de declive cognitivo
rezumaba maravilloso, como una rosa que se atreve a florecer en plena estepa.
Conforme iba perdiendo sus recuerdos y su conocimiento, se asomaba en ella otro
lado que, hasta entonces, no había percibido. Un mundo que, por lo que deduje
con el discurrir de los años, había ocultado, quizás, por servir a la familia
en su rol de madre y esposa abnegada. Irónicamente, la enfermedad había actuado
como un gran y dulce huracán de pasión capaz de derrumbar ese dique casi incorruptible de miedos
y veleidades por los que no había expresado todo lo que llevaba dentro. Y
también resulta paradójico que yo sintiera, entonces, una conexión con ella que
transcendía el verbo y la palabra. Una sensibilidad que ambos compartíamos y que,
a su manera, me confesaba cuando iba a visitarla en ese momento en que, pese a
tener ya plenamente deteriorada la parte cognitiva, miraba hacia el lado por el
que me aproximaba a su habitación. Sin palabras. Solo gestos
Hasta el día de hoy, no sé cómo
expresarlo, pero en esos últimos años de su vida, la enfermedad trajo consigo
una magia invisible. Una magia que no necesitaba de sombreros, ni conejos
ocultos ni trucos de ilusionismo. Una luz que ahora resplandecía como una
estrella en ese mundo que solo conocíamos mi madre y yo, al posarnos con cariño los ojos como aves de paso por una mirada. Un mundo
de sensibilidad y poesía mundana que entendí que había heredado de ella. La
única diferencia es que yo me negué a callarlo. En todo caso, ahora mismo, esta
pequeña reflexión tal vez sirva como forma de que el pasado reviva, hermoso y
rutilante, desde unos ojos que me siguen observando desde otra parte. Como un
recuerdo que no olvida, aunque, por desgracia o por fortuna, tuviese que azotarla la enfermedad de
la desmemoria para que yo descubriera la hermosa desnudez álmica de mi madre.
Bendito sea el olvido.
HOY
Hoy no es un día cualquiera. Hoy es hoy. Quiero decir con esto que hoy es
todo y todo es hoy. Hoy cantan los pájaros y escucho, mientras tanto, cómo
grita en silencio mi alma a la libertad que se posa sobre sus alas. A la
libertad que re-posa en sus sutiles aleteos. Hoy es todo. Hoy llegan
los latidos de mi corazón al pecho. Hoy camino y, en cada paso, descubro cosas
nuevas que se van escribiendo en la poesía de mi existencia, mientras las
ideas rezuman de mi cabeza como pequeñas olas en un mar de versos que anhelan
plasmarse en algún papel. Hoy es hoy. Hoy es todo y todo es hoy. Y solo pienso,
en este momento de todo, que mañana hoy será un recuerdo de todo lo que volverá a
ser hoy, que volverá a ser todo mientras el presente acapare todo mi instante,
maravilloso ahora en su sutil quietud en la que solo pasa tranquilamente el
tiempo.
Hoy, sin duda, no es un día
cualquiera. Hoy es todo, y todo es hoy.
NATURALMENTE HUMANO
Natural, como el agua
que corre con el río
sin que nadie le delimite
dirección ni límite,
solo el mar.
Y sin pensar demasiado tampoco
en qué sueño debo cabalgar
para salirme del mundo.
Natural, como el viento
que levanta las alas
de las aves y algún
que otro delirio despistado.
Natural, como cada latido
de un corazón que, a veces,
parece palpitar algo cansado
de tanta tristeza y hastío.
Natural. Solo quiero ahora mismo
ser natural.
Hablar a solas y charlar
con mi silencio
sobre lo que tenga que decirme
mi alma ensordecida
entre tanto bullicio mundanal.
Natural, conmigo.
Ahora solo quiero
ser naturalmente humano.