FIESTA DE BABEL
23 de enero de 2012
Es invierno y las zapatos se deslizan sobre la antesala lábil de la Philarmonie de Kirchberg como los cisnes sobre los canales de Amsterdam. Hay que tener cuidado de los resbalones. Ha helado por la noche. Son las 9 de la mañana. Schuman observa, con sus ojos de cemento y hormigón y ventanas de cristal, cómo se acercan al edificio que lleva su nombre numerosos viandantes de cuyos cuellos y abrigos forrados cuelga el famoso “badge” azul o rojo, distintivo con el que se identifica a los funcionarios y demás trabajadores del Parlamento Europeo. Todo parece transcurrir como un día normal en el que el vaivén de transeúntes que se dirigen hacia las puertas de la entrada y la zona de seguridad se mezcla con los saludos rutinarios de los agentes de seguridad que custodian el edificio. Las mismas caras cuyos gestos cansados parecen entonar interiormente ese “I do not like Monday”. Los mismos pasos de la rutina abriéndose camino otra semana más, y los mismos buses cargados de gente y, a veces, algo de melancolía. Sin embargo, algo se cuece en el interior desde hace unos pocos días.
En el segundo piso del edificio Schuman, las despedidas y saludos políglotas abren paso a los diversos acentos del territorio español. Entre el ruido incesante de las impresoras que no paran de imprimir CM, DV, resoluciones entre otros documentos, se deja entrever un ambiente algo festivo. Los pasillos lóbregos, las escaleras entre cuyos muros retumban los pasos de los zapatos de quienes las suben y las bajan, y los despachos se pueblan de conversaciones como se puebla de agua un río cuyo caudal alimenta una dulce lluvia. Han empezado los preparativos para la “Babel's Party”, una fiesta multicultural que surgió como iniciativa de la anterior directora de la DG TRAD (Dirección General de Traducción) del Parlamento Europeo. Ahora el testigo lo ha tomado la actual, Janet Pitt, para consolidar una fiesta cuyos objetivos no son otros que los de entender un poco la cultura de la Europa de los 27 y sus 23 lenguas oficiales y demostrar que la convivencia puede desencadenar grandes logros como el de mantener a flote una institución como la Unión Europea.
Huele a alegría, regocijo, y cierto desosiego entre los nervios y la presión por sacar los encargos adelante sin que se cumplan los plazos. Entre prisas, y el sonido monótono de los papeles cayendo sobre los cajetines, hay algo de espacio para una pequeña risa cerca de la secretaría de la Unidad. Asistentes de traducción, secretarias, traductores y personal en general llevan varios días de preparativos entre sobres con dinero, agasajos culinarios que cautivan todo tipo de paladares, postres, bebidas y todo tipo de cocina que puedan paladear los asistentes a la Fiesta de Babel. Todo se acepta, salvo estar triste o pensar sobre la crisis que azota la civilización de nuestros días. Se va llenando poco a poco el piso de envoltorios que portan gratas sorpresas para las papilas gustativas. Por un día, la monotonía va a ceder paso a la relajación y la calma. Ya falta poco. Toda una mañana, quizás, de agobio y prisas hasta que decline el sol, y empiecen a rodar los platos internacionales en paladares ajenos.
12:30 horas
El mediodía discurre como de costumbre, sin que nada cambie demasiado. Se siguen sacando adelante RR, AP, AD para que el engranaje de la maquinaria parlamentaria pueda seguir funcionando sin demasiados contratiempos y la Unión Europea aguante en pie otro día más. Al llegar las 12:30, lo que se traduce en la hora en la que gente comienza a llenar los estómagos vacíos en Luxemburgo, la mayoría de la gente no está por la labor de perderse la oportunidad de degustar platos tan diversos provenientes de tantas naciones: “Creo que voy a reservarme para luego”. Otros dicen que “prefieren reservar para luego un espacio que parece agrandarse conforme”. En una cosa están todos de acuerdo: no hay que dejar escapar tal ocasión. Por ello, las cantinas del Schuman y el edificio KAD, que lleva el nombre de uno de los padres de la que es hoy la Unión Europea (Konrad Adenauer), parecen más solitarias que nunca. No hay demasiada gente que ocupe los asientos y se siente en el ambiente esa maravillosa y dulce algarabía de las conversaciones desasosegadas del almuerzo al abrigo de unos platos y café. Las cajeras, cocineros y cocineras, y demás personal están algo aburridos. Todos se reservan para lo que viene.
Van pasando los minutos incesantemente en las agujas del reloj. Esa terrible manía circular que conmina a las arrugas a poblar la sangre, la piel y los rostros cansa, en ocasiones. Y se vuelve pesada como la gravedad de la fatiga en un día tortuoso de trabajo. Se hacen ya las tres de la tarde, y los encargados de preparar el puesto español que estará presente en la fiesta llaman a quienes han cocinado algo para que los acompañen a cruzar la calle camino a Babel. A pocos metros ya se halla el mito y el olor de las “cocinitas” y la atmósfera atemperada impregna ya los despachos.
4: 15 de la tarde
Ya empieza a llegar el grueso al KAD. No se puede decir que en el amplio y espacio comedor del edificio se haga notar la algarabía del tumulto, pero poco a poco la gente empieza a llegar y a poblar la estancia. Cuando ya las campanas están a punto de sonar cinco veces, el lugar está casi lleno. El sonido de los diálogos se entremezcla con el silencio de los que sacian sus ganas de probar cosas exóticas. Tortilla y pistos españoles, delicias griegas, pretzels alemanes, postres suecos, cervezas eslovacas. No hay cabida ni para el hastío, ni para que el estómago entable una charla con el cuerpo vacío. Los diferentes puestos de los países los van ocupando curiosos con ansias de degustar algo novedoso y particular. Y no salen nada insatisfechos del intento. Las sonrisas de satisfacción acaparan la escena como lo harían las gotas ininterrumpidas de un diluvio en los cristales de las ventanas. Nadie parece infeliz durante un momento. Becarios que acaban de conocerse y se abrazan en cuanto se ven en un signo de complicidad digna de elogio. Funcionarios que se olvidan por un momento de los ordenadores para charlar con el mundo. Todo parece desafiar los designios de Yahvé cuando quiso confundir a los seres humanos para que no persistiesen en la construcción de aquella torre. Si algo se confunde entre tantos pasos y tanto agradable calor humano, es la cabeza que, en ocasiones, llega a perder el norte entre tantos vocablos y fonemas maravillosos con los que se retoña uno de los crisoles más importantes del mundo: el Parlamento Europeo.
El tiempo se ha vuelto volátil y raudo y los minutos pasan sin que se entere demasiado la masa. Las 6, las 7 y poco a poco se va despejando la sala con gestos de agrado, demasiado comer y muestras de haberlo pasado bien. Al cabo de un rato, sobre las 8, ya la sala se ha tornado en un solar donde lo único que queda por recoger después del silencio, es la comida que sobra y las mesas donde estaban los puestos. Solo queda esperar al año que viene para enfrentarse cara a cara a Yahvé. Babel resistirá, mientras queden ganas de seguir compartiendo algo más que unos papeles y 23 lenguas oficiales.
Mientras tanto, se ha quedado en silencio todo el Plateau de Kircherg y, más concretamente, el segundo piso del edificio Schuman. Mañana se volverá a pronunciar español tras sus ventanas el nombre de Babel con sede en Kircherg, Luxemburgo, como de costumbre, entre el inusitado y suave estruendo de las impresoras y las prisas.