MISILES DE BARRO
Todo el mundo lo sabe. En estos tiempos locos que corren, todo puede ser posible. Cuando se va a una misión de paz en el extranjero, se va a una misión pacífica en la que los misiles están compuestos de un barro, de composición extrañamente mortífera, capaz de asolar campamentos y destruir todo lo que toca, los fusiles de asalto disparan rosas y, entre otras cosas, los tanques sólo tienen que aplacar las acometidas de inocentes morteros frágiles cual mariposas que revolotean sobre la flor.
Por desgracia, todas las fachadas maravillosas acaban por revelarnos algo dantesco y descorazonador en su interior: las guerras matan. Las guerras asesinan, destruyen, masacran vidas humanas por doquier, dejan niños huérfanos, y truncan la existencia de chicos jóvenes cuyo sendero vital está aún por empezar a ser trazado.
En ese momento, nos quitamos la venda y reaccionamos. Tiene que morir un allegado, alguien de un mismo lugar como Cristo Ancor, alguien al que nos podríamos cruzar cada día por la calle, para que nos demos cuenta de que los proyectiles matan y no entienden de razas, colores, etnias ni nada que se le parezca. No entienden el dolor que puede padecer una familia al vislumbrar lo efímera que puede llegar a ser la vida, cuando una margarita inofensiva en forma de explosivo estalla, porque alguien acciona un detonador de juguete, y hace añicos un BMR obsoleto dentro de cuyo caparazón de tortuga tienen que salir a patrullar soldaditos de plomo, desgraciadamente, humanos.
Lo más triste es que, en ese mismo momento, hay que aguantar sandeces por la televisión como “murió por defender la paz en territorio ajeno”, “sirvió al país con coraje”, “le concedemos una medalla al honor póstuma, porque lo merecía(el cielo y la OTAN se lo agradecerán)” y un largo etcétera. Supongo que, cuando se ven los toros desde la barrera, se puede ver algo distorsionada la realidad. Se pueden ver misiles inocuos de barro.