ADIÓS, PERSONA
Llevaba años sintiéndome esclavo. No puedo decir que portase esposas en las manos o grilletes en los pies. Pero me sentía esclavo, muy esclavo. Esclavo en una cárcel sin barrotes aparentes, cuyos muros se hallaban en leyes, en una Carta Magna cuyo adjetivo le quedaba ya grande. En cláusulas de un contrato social que, a mi leal saber y entender, nadie me había dado para que lo corroborase o lo firmase. Y debo confesar que, en estos más de dos años y medio de plandemia, esa sensación claustrofóbica que padece aquel contumaz que se niega a pasar por el aro de un Estado corrupto y podrido se ha ido intensificando. Ahora bien, hace cosa de algo más de un año, parece que todas mis preguntas respecto de dicha esclavitud encontraron las respuestas adecuadas.
Corría el mes de junio de 2021. Mi vida se había tomado un descanso por aquel entonces y nada parecía motivarme. Sin embargo, mientras escuchaba el programa "La voz de España" en el Canal 5, uno de los hermanos Badea comentó el significado de "persona", una palabra tan común en nuestro vocabulario cotidiano. Me acuerdo, como si fuera ayer, de cómo me dio vueltas la mente en aquel momento cuando dijo que la persona era la máscara que portaban quienes representaban una obra en el teatro romano. A ello le sumó explicaciones sobre la Ley Marítima y sus nexos con lo que denominaba la "Ley Natural". En un principio, todo me sonaba a chino, si bien, como buen periodista, me puse manos a la obra y empecé a dedicarle tiempo a investigar que implicaba todo aquello.
No pasó mucho tiempo cuando ya empecé a atar cabos sobre la manera en la que la élite comemierda nos esclaviza a través de sus corporaciones estado. Me percaté, por ejemplo, de que "hipoteca" en inglés era "mortgage", que venía a ser lo mismo que "prenda pignoraticia del muerto". Hasta una palabra tan hermosa como amistad resulta que se traduce como "friendship", es decir, "barco de la amistad" si se traduce palabra por palabra.
Debo decir que, en aquel momento, me sentí ridículo, dado que de nada me habían servido mis diez años de traductor financiero y jurídico y las millones de veces que había traducido esos términos. Jamás les había prestado tanta atención como en ese momento. Y todo empezó a cobrar un sentido que no había descubierto. Los barrotes de esa cárcel se fueron volviendo más y más finos conforme iba descubriendo la entelequia de la ficción legal a la que me habían sometido desde mi nacimiento (en una nación de muertos) y comencé a sentir una cierta sensación de libertad a medida que el conocimiento me iba empoderando poco a poco. Desde entonces, me puse a buscar alguien que pudiera llevarme de la mano hacia la destrucción paulatina de esas esposas o esos grilletes invisibles que cada vez me aprisionaban menos. Tardé unos meses en materializar esa empresa hasta que, en mayo de este año, escuché en el programa de Julio García a Juanra Kalinga hablar de la Academia Soberana. Si les soy sincero, ni me había parado a pensar la fuerza que también implicaban unas palabras tan maravillosas como "soberanía" o "ser vivo".
Ahora me siento más ser vivo que nunca. Ya no deseo más ser esa persona esclava. Y sinceramente no sé adónde me llevará esta camino de la soberanía, porque tengo muchos miedos e incertidumbres que franquear en mi interior. Nadie dijo que el camino fuese fácil, pero sin duda hay que emprender la marcha si se quiere transitar por él, por muchos óbices que puedan presentarse en su transcurso. Desde ese día, me estoy despidiendo de la persona esclava y doy la bienvenida cada mañana a lo que soy, al verdadero ser del que quizás hablaba Shakespeare, fruto de la fuente creadora y no esclavo de una corporación estado. Luz álmica y no sombra muerta sometida a impuestos o tributos. Adiós persona, hola ser vivo.