¿Vuelve el conficuento?
El 14 de agosto, hace apenas tres
semanas y apenas finalizados los Juegos Olímpicos, por pura casualidad o arte
de magia, volvían a sonar todas las alarmas. La Organización Mundial de la
Salud (OMS) volvía a decretar la emergencia sanitaria. En esta ocasión, afirmaba
que se trata de un brote descontrolado de la “viruela del mono”, una
denominación que casa perfectamente con la simiesca y pérfida sonrisa que se
dibujaba en el rostro de su presidente, Tedros Adhanom, mientras daba el
anuncio. La pregunta que cabe formularse ahora es la siguiente, mientras vuelve
a cernirse sobre nuestras cabezas el fantasma de un nuevo “conficuento”: ¿volverán
las cacerolas en nuestro balcón a las ocho dispuestas a sonar?
Parece mentira que muchos se hayan
olvidado de lo ocurrido desde aquel golpe de Estado perpetrado el 14 de marzo de
2020 en virtud del cual se siguen cercenando cada día más nuestras libertadas y
nuestros derechos más fundamentales. Nadie se acuerda de todo lo que nos robó
por la cara un bicho volador invisible llamado COVID-19 en aquella pandemia (o
plandemia) cuyo comité de expertos nunca existió. Y, por mucho que haya gente
que lo siga negando, ya sea por ceguera o por ser un estómago agradecido de la
dictadura “tranquila” en la que ya vivimos, aquel estado de alarma, que derivó
en el “conficuento”, supuso el arranque de una “nueva normalidad” por la cual
cualquier excusa es buena para ir mermando nuestras ya socavadas libertades e
ir avanzando a pasos agigantados hacia lo que Klaus Schawb, fundador del Foro
Económico Mundial, denominó “El gran reseteo”. Ahora bien, ¿en qué consiste
dicho reseteo, cuáles son sus principales objetivos y por qué? Se podría hablar
largo y tendido sobre ello, si bien solo trataré cinco puntos que
considero vitales para su entendimiento.
1)
Destrucción de la economía: sin duda, un nuevo confinamiento
supondría un golpe mortal para las ya maltrechas economías de la mayoría de
familias de todo el mundo. Esto derivaría en la pérdida de autonomía de todas
ellas y se traduciría en que tendrían que someterse a los designios del Estado
tirano por medio de solicitudes de paguitas o “rentas mínimas universales” como
el Ingreso Mínimo Vital. En román paladino, te rompo las piernas, te doy la
muleta y encima me tienes que dar las gracias por haberte dejado lisiado.
2)
Reducción de la población: aunque pueda parecer una locura,
quienes mandan en la sombra —la oligarquía financiera y otros mandamases a los que
nadie vota en esas urnas tan lindas que nos ponen cada cuatro años— afirman que
en el mundo sobra el 90% de la gente y pretenden encajar esos números a través
de experimentos como la vacunación masiva de unos medicamentos en fase de
experimentación cuyos resultados han sido más que nefastos (o buenos según su
perspectiva diabólica).
3)
Digitalización y advenimiento del
Gran Hermano orwelliano: la excusa de la plandemia y el “conficuento” sirvió para hacer que la
población fuese dependiendo cada vez más de la tecnología y, por ende, se viese
más controlada sin saberlo. Solo hay que recordar cómo proliferaron en esa época
los pagos sin contacto, las videoconferencias, entre otros, y se fueron
abandonando hábitos tan comunes como el pago en efectivo, las reuniones
familiares (nos llegaron a limitar por ley el número de personas que debíamos
invitar a nuestras casas como máximo) las reuniones informales o formales de
empresa en pro, supuestamentem de la salud. Todo ello, sin que la mayoría se percate
de que lo que se busca es crear un Gran Hermano como el que describía Orwell en
su novela distópica 1984, al más puro estilo de China, país que a través de la
maravillosa digitalización ya controla minuto a minuto a sus ciudadanos. No
falta mucho para que lleguemos a ese extremo en Europa.
4)
Pérdida absoluta de la autonomía
personal y financiera: la digitalización que he mencionado con anterioridad va a desembocar en
la pérdida absoluta de la autonomía personal y financiera. Y podrían
preguntarse cómo, como es más que lógico. Muy sencillo: mediante la creación,
en primer lugar, de una moneda digital controlada por los bancos centrales
(CBDC, por sus siglas en inglés) que, en teoría empleará la misma tecnología
que el bitcoin, la cadena de bloques.
En segundo lugar, esta moneda digital permitirá, entre otras cosas, embargos de
cuentas arbitrarios, implantar caducidad al dinero (anular todo posible intento
de ahorro por parte de los ciudadanos), crear cartillas de racionamiento con
límites mensuales en la compra de carne y otros alimentos básicos, entre otras
tantas aberraciones que se puedan imaginar. Ya no tendremos libertad personal alguna
cuando llegue ese momento.
5)
Implantación del crédito social: la digitalización y la imparable
carrera de la inteligencia artificial acabarán por traducirse en la
implantación del crédito social mediante la creación de una identidad digital
en virtud de la cual el Estado podrá determinar si eres un buen ciudadano o no
y restringir tus libertades a placer. Por ejemplo, si el Estado te insta a
vacunarte y no lo haces, pierdes puntos y podrían incluso restringirte el
derecho a moverte por el territorio, algo que ya sucede en China. Puede parecer
macabro, pero podría acabar materializándose si seguimos dejándonos cocer a
fuego lento como la ranita de la fábula.
Dicho todo esto, tenemos que mirarnos para adentro y preguntarnos si de
verdad vamos a permitir que nos encierren otra vez con cualquier excusa que se
les ocurra, ya sea un mono volador o una ola de calor derivada del cambio
climático que ellos mismos provocan. Recuerden la ecuación: problema, reacción,
solución. Se han sacado ya el problema de la manga. ¿Cómo vamos a reaccionar?
Espero que no volvamos a caer en la trampa, porque como bien decía un sabio: “pueden
engañarte una vez y entonces la culpa sería de quien urde el engaño, pero si
vuelven a engañarte, entonces ya la culpa será tuya”. De nosotros depende que
vuelva o no el “conficuento”.