SU CIUDAD
La miraba. Y se iluminaba
el mundo de faros de deseo.
Mis barcos de ganas
iban todos a atracar
a su puerto de arrumacos.
Y mis manos como timones
de concupiscencia ascendían
sus montañas de melocotón
hacia el mar de sus ansias.
La tocaba. Y mi alma
subía más allá del corazón
a los latidos de la belleza:
con su tacto de terciopelo
los sueños solo quedaban
a un cuerpo de distancia.
Y solo entonces
existía ese abrazo.
Su ciudad, sin duda, era distinta.
La amaba. Su ciudad de maravilla.
Su ciudad distinta.
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