LLOVÍA
Llovía aquella tarde.
Y no era amarga la tormenta,
porque fecundábamos la ternura
en una esquina de aquel parque.
Llovía aquella tarde.
Y no dolía el aguacero
como le duele a aquel que regresa
siempre de una carretera vacía,
con los zapatos mojados, cuando diluvia.
Te abrazaba.
Llovía sudor por nuestros cuerpos.
Era dulce el aguacero
aquella tarde de nuestro afecto.
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