LOCURA INCOMPRENSIBLE
Ahora mismo estoy padeciendo
una suerte de locura incomprensible,
sin diagnóstico ni síntomas definidos.
Vuelo sin alas,
salto como las hojas
de árbol en árbol en otoño,
y aunque la ciudad pese mucho
con su gravedad de rutina
y días tediosamente repetidos,
yo me siento ligero
como un colibrí conmovido
ante el arte de la flor
que liba, y liba y liba.
En este instante, tampoco importa
que sobrevuelen el firmamento
cruentas granadas cargadas de guerra.
Yo huelo a frutas,
y sin duda la belleza
del mundo forma parte
de esa macedonia de emociones,
que me recuerda que llorar
no es siempre mal síntoma,
cuando se vierte el mar
en una metáfora de agua.
Adolezco de una locura incomprensible
que, en parte, también se debe
a quererte desde el alma
hasta más abajo de la tierra.
Desde los labios hasta el beso.
Desde el cuerpo hasta la nostalgia.
Y se llama amor:
una locura incomprensible
como la que más.