ESTRELLAS BELLAS
Declina la tarde en el horizonte,
y amanece otra noche oscura.
Pero la luz no descansa,
así como tampoco se detiene
el tiempo, imparable, inexorable,
hacia el ocaso de otros tiempos.
Y resulta maravilloso cómo me inunda
la vista un océano de resplandores
que alcanzo a contemplar
desde mis pequeños iris.
Es cierto que otra tarde muere,
y se desangran las agujas de nuevo
en otro día donde el sol
se acuesta allende los mares.
Sin embargo, ahí ellas siguen,
inasequibles, acompañando en lontananza
el monótono fulgor de las farolas
cuando llueve el universo
en las huellas de asfalto, nostalgia,
y pavimento de la ciudad.
Estrellas bellas, yo no sé cómo podría
encenderme de belleza si cada ocaso
no os diera la oportunidad de nacer
de nuevo como si la muerte
casi no existiera en el cosmos.
En mis ojos se suceden los años incansables,
y a veces se me arruga
hasta la metáfora
en una dulce tristeza
como una hoja de papel olvidada
en los cajones de algún cuarto descuidado.
Ahora bien, ustedes, estrellas bellas,
no se apagan y es más:
renacen en cada ocaso más inmensas,
y parece que el final puede esquivarse
aunque se sepa bien que toda tarde
perece en otro ocaso como mi vida,
efímeramente hermosa como esta poesía.
Declina la tarde en el horizonte,
y amanece otra noche oscura.
Ha llegado el momento
de que la vida siga encendiéndose
aunque otra tarde se me marche.
Estrellas bellas, volved a nacer
esta noche en mis pupilas abiertas
al gobierno de luz del universo.
Estrellas bellas, bellas, bellas...