LAS PERSONAS Y EL TEATRO DE LA DEMOCRACIA
Todos habremos escuchado alguna vez
en nuestra vida aquello de “todos somos personas”. Ahora bien, no creo que la
mayoría se haya parado a pensar en lo que realmente está afirmando y en por qué
no dice mejor “todos somos seres humanos”. Pues bien, al igual que ocurre con
el “género”, el término “persona” podría considerarse otro constructo social
que se remonta a la época en la que Roma era la superpotencia mundial cuya hegemonía
se ejercía por doquier.
El origen de la palabra “persona” se refiere a la máscara que se ponían,
en aquella civilización, los actores del teatro a la hora de interpretar a sus
personajes. Vendría a decirnos “lo que persuena o resuena” tras la máscara. Y
todo esto se aplica aun en nuestros días, aunque casi no seamos conscientes de
ello. A título de ejemplo, podemos citar la concisa definición del diccionario
panhispánico del español jurídico (DPEJ), la cual tiene el siguiente tenor: “1. Gral. Sujeto de derecho, susceptible de ser titular de derechos y
de contraer obligaciones.”.
Sin duda, hay que analizarla bien. Primero, emplea la palabra “sujeto”,
que no en vano remite al verbo “someter” y la pregunta es: ¿quién se somete a
algo sino un esclavo? Y si vamos más allá, también nos habla de “susceptible de
ser titular de derechos y contraer obligaciones”. Es decir, solo se es “titular”
(que porta el papel pero no la propiedad) de derechos y un obligado a cumplir
las normas. Y llegados a este punto, como personas, ¿somos verdaderamente
libres o, al contrario, somos esclavos de un estado opresor que ya no disimula
en enseñarnos sus verdaderos y macabros propósitos?
Yo, sinceramente, cada día estoy más convencido de que no es en absoluto
así, porque no tenemos ni voz ni voto en lo que acaece a nuestro alrededor.
Solo debemos observar lo que ocurre en la arena política cuando se supone que,
de acuerdo con el propio artículo 1 de la Carta Magna, “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los
poderes del Estado”. En mi opinión, ocurre todo lo contrario, porque el
Estado oprime a su pueblo mediante diversos métodos como los embargos, las
coacciones en forma de multas, entre otras muchas. Ya no hacen falta los
tanques en la calle. Y, a título de ejemplo, se supone que vivimos en un estado
democrático en el que podemos elegir a nuestros representantes libremente
mediante el voto. Ahora bien, ¿podemos ejercer escrutinio sobre ellos durante
todo lo que dura la legislatura? Desde luego que no. Y más aún, cuando no son
más que meros actores o personas políticas que representan un papel en este
teatro al que llaman democracia. Títeres, meras marionetas cuyos hilos
controlan otros desde el verdadero gobierno en la sombra. En una ocasión, le
toca a uno hacer de payaso (véase Gabriel Rufián) y a otros de poli bueno y
poli malo (las lizas entre PP y VOX en el Parlamento con gran actuación de
ambas bancadas). Y así marean la perdiz con el único objetivo de mantener
distraída a una población que no es consciente en absoluto de la ilusión
teatral en la que está viviendo y sigue “partiendo” de ideología en ideología.
Y es que, por desgracia, desde que nacemos se nos asigna un rol en esta
obra. Basta con citar la definición que nos da el DPEJ de “nacimiento”, cuya
raíz comparte con la propia “nación” o “conjunto de nacidos” desde un punto de
vista legal: “Hecho jurídico
determinante de la adquisición de la personalidad jurídica, que tiene lugar una
vez producido el entero desprendimiento del seno materno.” Nos lo
dice bien clarito. A efectos jurídicos y del Estado, solo somos máscaras como
aquellas sin rostro que pudimos apreciar en la ceremonia de clausura de los
JJ. OO. No somos más que los espectadores pasivos de una gran obra teatral
a la que denominan democracia. Y lo triste es que la mayoría de seres humanos
siguen siendo personas ciegas, máscaras. Espero que algún día entendamos que,
como seres humanos y no como personas, no debemos seguir delegando en otros el
rumbo de nuestras vidas, y menos a unos que defienden la democracia de las
personas esclavas.