MÚSICA PARA EL ALMA

martes, 27 de agosto de 2024

LAS PERSONAS Y EL TEATRO DE LA DEMOCRACIA


 



LAS PERSONAS Y EL TEATRO DE LA DEMOCRACIA

 

            Todos habremos escuchado alguna vez en nuestra vida aquello de “todos somos personas”. Ahora bien, no creo que la mayoría se haya parado a pensar en lo que realmente está afirmando y en por qué no dice mejor “todos somos seres humanos”. Pues bien, al igual que ocurre con el “género”, el término “persona” podría considerarse otro constructo social que se remonta a la época en la que Roma era la superpotencia mundial cuya hegemonía se ejercía por doquier.

El origen de la palabra “persona” se refiere a la máscara que se ponían, en aquella civilización, los actores del teatro a la hora de interpretar a sus personajes. Vendría a decirnos “lo que persuena o resuena” tras la máscara. Y todo esto se aplica aun en nuestros días, aunque casi no seamos conscientes de ello. A título de ejemplo, podemos citar la concisa definición del diccionario panhispánico del español jurídico (DPEJ), la cual tiene el siguiente tenor: “1Gral. Sujeto de derecho, susceptible de ser titular de derechos y de contraer obligaciones.”.

Sin duda, hay que analizarla bien. Primero, emplea la palabra “sujeto”, que no en vano remite al verbo “someter” y la pregunta es: ¿quién se somete a algo sino un esclavo? Y si vamos más allá, también nos habla de “susceptible de ser titular de derechos y contraer obligaciones”. Es decir, solo se es “titular” (que porta el papel pero no la propiedad) de derechos y un obligado a cumplir las normas. Y llegados a este punto, como personas, ¿somos verdaderamente libres o, al contrario, somos esclavos de un estado opresor que ya no disimula en enseñarnos sus verdaderos y macabros propósitos?

Yo, sinceramente, cada día estoy más convencido de que no es en absoluto así, porque no tenemos ni voz ni voto en lo que acaece a nuestro alrededor. Solo debemos observar lo que ocurre en la arena política cuando se supone que, de acuerdo con el propio artículo 1 de la Carta Magna, “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. En mi opinión, ocurre todo lo contrario, porque el Estado oprime a su pueblo mediante diversos métodos como los embargos, las coacciones en forma de multas, entre otras muchas. Ya no hacen falta los tanques en la calle. Y, a título de ejemplo, se supone que vivimos en un estado democrático en el que podemos elegir a nuestros representantes libremente mediante el voto. Ahora bien, ¿podemos ejercer escrutinio sobre ellos durante todo lo que dura la legislatura? Desde luego que no. Y más aún, cuando no son más que meros actores o personas políticas que representan un papel en este teatro al que llaman democracia. Títeres, meras marionetas cuyos hilos controlan otros desde el verdadero gobierno en la sombra. En una ocasión, le toca a uno hacer de payaso (véase Gabriel Rufián) y a otros de poli bueno y poli malo (las lizas entre PP y VOX en el Parlamento con gran actuación de ambas bancadas). Y así marean la perdiz con el único objetivo de mantener distraída a una población que no es consciente en absoluto de la ilusión teatral en la que está viviendo y sigue “partiendo” de ideología en ideología.

Y es que, por desgracia, desde que nacemos se nos asigna un rol en esta obra. Basta con citar la definición que nos da el DPEJ de “nacimiento”, cuya raíz comparte con la propia “nación” o “conjunto de nacidos” desde un punto de vista legal: “Hecho jurídico determinante de la adquisición de la personalidad jurídica, que tiene lugar una vez producido el entero desprendimiento del seno materno.Nos lo dice bien clarito. A efectos jurídicos y del Estado, solo somos máscaras como aquellas sin rostro que pudimos apreciar en la ceremonia de clausura de los JJ. OO. No somos más que los espectadores pasivos de una gran obra teatral a la que denominan democracia. Y lo triste es que la mayoría de seres humanos siguen siendo personas ciegas, máscaras. Espero que algún día entendamos que, como seres humanos y no como personas, no debemos seguir delegando en otros el rumbo de nuestras vidas, y menos a unos que defienden la democracia de las personas esclavas.


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