SIN HISTORIA
Hace ya
algún tiempo, cuando aún no se había cambiado de estación al invierno mi
cabellera y no se había tornado tan prominente mi frente, escuché a un aclamado
cantautor decir lo siguiente: "los hombres sin historia son la historia". Y ahora ando
por la ciudad semidesierta a la hora de la siesta de un sábado, al tiempo que
pienso si tendría algo de razón en lo que dice. Porque en un horizonte de hormigón y horrorosas cristaleras gigantes, solo vislumbro una pesadumbre y una
tristeza que van en aumento conforme transcurre el tiempo en esta metrópolis cada
día más desolada y moribunda. Solo percibo unicornios de humo que se esfuman en
un aire contaminado de rutina, cansancio y tedio. Y no puedo evitar preguntarme
si alguien, en alguna parte de este vasto mundo, estará escribiendo alguna
página distinta a las huellas de los zapatos sucios sobre el cemento.
Tampoco
sé por qué me ha dado por comentar esto ahora. Supongo que, tal vez, tenía
ganas de pintar el terror blanco de la página con el color vivo de alguna
metáfora o, sencillamente, quería otorgarle algo de misterio a una rutina que,
en ocasiones, parece corroerme el alma y me ocurre aquello que afirmaba el
famoso poeta José Hierro: "A veces, se está muerto, aunque nos lata el
corazón, amigos". Quizás, a fin de cuentas, quería darle, en definitiva, un poco de historia a mi "sin
historia".
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