ESPERANZA
Hay muchos nombres ahora
que mueren en esta ciudad.
Sustantivos mansos
que se dejan arrastrar
por la corriente de la tristeza
impuesta o se dejan tapar
por las mortajas de una vida
sin demasiados sueños.
Palabras que no miran, demasiadas
en los vagones de un metro,
miradas que solo hablan
de fatiga y rutina
y pocas manos que quieran
aferrarse a algo más
que los hierros de un bus
que los sostienen de caerse
quién sabe a qué pozo,
fosa o hendidura en la tierra.
Pero esta tarde
siento que llega
algo distinto.
Acaba de tocar
mi puerta, y se me abre
el corazón como una rosa
en espera del primer
rayo verde de la primavera.
Todavía hay luz
cuando muera la tarde,
y se canse el sol
de darme el mediodía.
Aunque todo cuente
en mi salario,
y sean más de las nueve
de lo que debería ser
la noche oscura.
Y muchos nombres perezcan
en esta ciudad donde los sueños
no parecen poder respirar:
todo los pájaros parecen cansarse
en las alas del cansancio.
Hoy, ante todo,
me acompaña la esperanza.
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