ARINAGA Y ANTONIA
Ya hace algunos años
que rodaron aquellas pelotas
de ping-pong y olieron
aquellas paellas en el garaje.
Y sin embargo, hoy el recuerdo
resuena más que nunca.
y vuelve a jugar en los columpios
de la memoria
como si quisiera atentar
tiernamente contra las nueve menos diez
de este reloj y matar la tarde
a mediodías.
La calle ventosa de tu casa
se vuelve a llenar de nietos
jóvenes y memorias pueriles
de aquellos tiempos
en los que a los sueños
se podía llegar pedaleando
en una Monty sin queroseno.
No sé si aún te acuerdas
de cómo escálabamos el Everest
de una fantasía en aquellos solares
vacíos y polvorientos de antaño.
Pero hoy un poema que se llama Carla,
Santiago, Saúl, Aridany, José, Antonio,
Manolo, Carmen, y todos los nombres
que han querido el tuyo,
navega esta melancolía solitaria
que se acompaña de tu ausencia
dulce y sentida como tu vida,
y la ola cuando ya descansa
después de abatida en la orilla.
Porque estos versos
se llaman como tú Antonia,
mientras en el Zoco del Negro
siguen rodando las pelotas,
los regalos de un 6 de enero,
la brisa y la corriente,
y ahí estoy yo a mis 29
recordando que tus casi 90
todavía persisten, mirándome
como si siguieras allí,
de pie, frente a la mesa.
En tu casa de Arinaga.
Viendo rodar las pelotas,
contar batallitas ya a Dios
a abuelito Manuel,
nuestra juventud y el tiempo
que ahora ya no pasará,
mientras te recordemos,
eternamente, abuela Antoñita.
Descansa en paz.