TODOS SOMOS DIOSES
Sabemos más bien poco.
Nos gustaría ser ubicuos,
pero, a veces, nos es difícil
incluso estar presentes
en un solo lugar y sitio.
Y, en ocasiones, caemos
demasiado bajo como para volver
a levantar aquellas alas
de entonces, de cuando el mundo
solo pesaba lo mismo
que aquel lápiz y el papel
con los que trazábamos
la senda de una eterna utopía.
Somos infímamente humanos.
Y, pese a todo, también
somos todos dioses.
Dioses de nuestra belleza.
Dioses de nuestros latidos.
Dioses de nuestros actos
inferiores y tiernamente humanos.
Dioses de nuestro verbo
henchido de esperanza,
tristeza o melancolía.
Aunque no seamos casi nada,
a final de cuentas,
todos somos dioses.
Dioses de nuestro destino.
E inmensos e infinitos
como el alma que nos alberga.
Todos, después de todo.
Todos somos dioses
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