NO SÉ DEMASIADO
Muchas veces me doy cuenta
de que soy una laguna
de cuentos y de conocimientos
que no se llena nunca.
No sé demasiado o casi nada.
No entiendo, en muchas ocasiones,
ese devenir de horas
al que todos llaman tiempo.
Tampoco comprendo mucho
por qué han de hablar siempre
las bocas de fuego de las armas,
y han de seguir despidiéndose
ausencias humanas entre escombros,
cuando los idiomas existen
en la lengua materna de la razón.
No lo sé. No entiendo mucho.
Quizás, tampoco quiera saber
que despierto me impongan
la prohibición de delirar,
aunque unos pocos tengan permiso
para elevarse por encima
de aquellos a quienes aplastan.
Tan solo me conformo
con que alguien toque
a mi puerta, me abra
la desnudez como una ventana
a otro balcón más halagüeño
que una ciudad de humos
y de soles marchitados sobre el ocaso.
Y entonces sepa bien
que, al menos mi alma,
no está todavía dormida.
Aunque, a fin de cuentas,
no sepa demasiado.