Corren los albores de los años sesenta. Y así como amanece otra década de sorpresas y acontecimientos no siempre gratos, se despierta otra vida en algún lugar del norte de Gran Canaria, en un pequeño pueblo inmaculado de fachada blanca llamado Agaete en el que también un dedo de piedra parece apuntar a Dios. Abre sus ojos al mundo otra niñita de ojos marinos y mirada inocente y angelical que, desde la cuna, revela unas ganas inusitadas de aprender del mundo que la rodea. Contempla por momentos la Tierra desde arriba, desde el Cielo que hilvana desde la inocencia su mente infantil. Aunque no lo sepa, le crecen ya alitas de ángel desde sus sueños. No se sabe muy bien tampoco qué poesía le podría estar discurriendo por los recovecos del alma, si bien resulta lindísimo imaginárselo, mientras suenan otro domingo las campanas de la iglesia que anuncian una nueva sesión de la sagrada misa a la que siempre acude de la mano de su abuela Encarnación entre la algarabía de los feligreses.
Mientras tanto, los años pasan como las nubes, gaviotas raudas y blancas en el firmamento. Casi no se percata de ello, y entre los murmullos silentes de las bibliotecas, una orquesta maravillosa de ruiseñores sigue cantando acordes diferentes a lo rutinario en las veredas de su ensueño. En los cuadernos dibuja algún garabato distinto a lo que le dictan en ocasiones y también emprende la aventura de las lenguas extranjeras con un idioma que le encanta: el inglés. Pronto quizás entienda lo que decía Aute con el "Quiero bailar un slowly tonight".
Las horas, los meses y los años siguen discurriendo. Hace su aparición con algo de movimiento la década de los ochenta. Abraza, por primera y última vez y con el decenio en ciernes, el que será el amor de su vida en una verbena. Al parecer, en una mirada se dicen todo lo que se necesita para saber por qué el corazón late más deprisa que de costumbre. Los enamorados hablan desde las pupilas, mientras el resto de mortales precisa de mover los labios y la boca para retoñar y encadenar sílabas y discursos. Y resulta hermoso cómo tras un baile, y un lustro de caricias y afecto, el amor concibe a unos gemelos de los que quedará prendada toda la vida en 1985, justo después de soplar las veinticinco velas de su cuarto de siglo.
Mientras quizás ya esté volviendo a los sesenta...
Las horas, los meses y los años siguen discurriendo. Hace su aparición con algo de movimiento la década de los ochenta. Abraza, por primera y última vez y con el decenio en ciernes, el que será el amor de su vida en una verbena. Al parecer, en una mirada se dicen todo lo que se necesita para saber por qué el corazón late más deprisa que de costumbre. Los enamorados hablan desde las pupilas, mientras el resto de mortales precisa de mover los labios y la boca para retoñar y encadenar sílabas y discursos. Y resulta hermoso cómo tras un baile, y un lustro de caricias y afecto, el amor concibe a unos gemelos de los que quedará prendada toda la vida en 1985, justo después de soplar las veinticinco velas de su cuarto de siglo.
Mientras quizás ya esté volviendo a los sesenta...
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