SUEÑOS QUE NO PASAN
El tiempo, y las estaciones,
y la piel, y las rosas,
y los relojes, y la ciudad,
y los saludos, y las despedidas,
y la sangre, y las arterias,
y la vida, y la propia muerte.
Todo ocurre, y sucede, y se marcha,
y se marchita, y se agosta
en las horas invisibles
como un campo de flores en invierno
que ha de casarse con la nieve,
aunque no quiera vestirse de blanco
en el momento de las nupcias impuestas.
De todas formas, a veces pienso,
imagino que no ocurre lo mismo
con la utopía, y los sueños
cuando no pasa aquello que decía
un principito sin realeza:
"no se trata de crecer,
sino de olvidar".
Yo aún, pese a que la mirada
me ha madurado un poco,
sigo contemplando el mundo,
a veces, con las pupilas inocentes
de mi alma aún semidesnuda.
Me sigo columpiando en mi ensoñación
como si no hubiese dejado nunca
de tener cuatro o cinco años.
No importa que tras las seis
los relojos marquen inexorable
las siete, y las ocho, y las nueve.
Y vuelve a morir otra tarde
derrotada en el horizonte.
Sucede que, pese a todo
lo que se marcha,
mis sueños no pasan del todo.
Seguiré delirando mientras me quede
fiebre de ganas por vivir.
Aunque suceda todo lo demás.