LA ORTOGRAFÍA EXTRAÑA DE LOS SUEÑOS
Recuerdo que me decían,
entre los pájaros invisibles
que se arremolinaban juguetones
en las esquinas de los patios,
y los árboles de papel
de los que llovía
siempre la primavera aun en enero,
que debía escribir correctamente
lo que dictaban las normas.
Han pasado unos años,
me ha crecido la mirada,
me he ido de una escuela,
y me ha madurado el corazón
unos latiditos de más apenas.
Y me pregunto algunas cosas:
¿Qué pasaría si las alas
pudiesen llevar una h
inicial o intercalada?
¿Qué ocurriría si no estuviera
tan mal también que el aire
llevara otra h casi sonora
en medio de alguna sílaba
de esas que calla el viento
sin corriente de la ciudad?
¿Qué sucedería si la muerte
no fuera tan llana como dicen,
ni la utopía tuviera un hiato
que la separase de un delirio?
¿Y si la imaginación
pudiese ser también
esdrújula diferente del conocimiento?
Ahora no sé casi nada,
y tampoco me apetece
que me hablen de ortografía
mucho más tiempo.
Me conformo con que los sueños
sigan teniendo esa ortografía
extraña que como ahora
impide que el tiempo
también sea con diptongo
y muy llano.