Ahora mismo hay un dogal invisible que los asfixia. Una cuerda que los ata a la rutina y a un mundo donde a los peces que quieren nadar en el océano se les encierra en la pecera de lo cotidiano. También hay algunos pájaros aún no muertos que quisieran echarse a volar como en aquellos tiempos en los que de un parque podía rezumar la más bella de las utopías. Sin embargo, algún día alguien les dijo que debían hacer fila en un patio, y desde entonces no se les ha vuelto a ver las alas. El alma se les estaba achicando desde el primer día en que aquellos profesores y padres les dijeron: "por aquí no vayas". Cuando solo viajaban por su imaginación. Decían que era peligroso transitar por ella sin permiso de la "realidad".
Desde entonces, algo los ata a sus lágrimas innecesarias y a una ciudad donde el amor parecen vomitarlo las chimeneas en una noche oscura y solitaria. Aunque no les guste. Se llama miedo. Y les persigue cada día. Aunque casi no lo sepan.
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