MÚSICA PARA EL ALMA

jueves, 31 de enero de 2013

ABRE LOS OJOS



ABRE LOS OJOS

Son las siete de la mañana de un día más de trabajo. Amanece. Abre los ojos como de costumbre. Las legañas sitian sus pestañas y aún el cansancio atraviesa su cuerpo en forma de pequeños golpes de dolor que azotan sus músculos todavía tensos. Se despereza poco a poco mientras el sol gana la batalla mañanera del alba a la luna, y antes de levantarse no se olvida de contemplar la hermosa estampa de su novia dejándose aún vencer por la tierna fatiga del sueño. Al fin, se levanta y va a preparar un delicioso desayuno a la cocina. Hoy toca pellas de gofio y tostadas con queso fundido de cabra y mermelada de arándanos, algo que le encanta a Guacimara. Al cabo de cinco minutos, coge una bandeja del armario y se dispone a llevarla a la cama, en un gesto de dulzura y amor, hasta donde está ella.

- Gracias, cariño. Nunca te olvidas de tener detalles como estos - afirma Guacimara.

- No tienes que dármelas. Mirarte despeja cualquier día tormentoso y nublado que pueda presentarse. Y sabes que en mi corazón, por ahora, late alegría y pasión por ti.

- Siempre tan romántico. Lo cierto es que tengo miedo de que algún día cambies y no me veas como ahora. ¿Me seguirás viendo hermosa aunque las nieves del tiempo se apoderen de mi cabello y los surcos de la edad ahonden en mi rostro cual arado en tierra por cultivar?

- Desde luego. No te quepa la menor duda. ¿Sabes por qué? Porque no pienso que te amo. Simplemente, te amo.


Todo se ha quedado a oscuras, de repente. Echedey perdió la vista hace unos meses cuando un glaucoma, diagnosticado demasiado tarde, le ganó la partida a su nervio óptico. Desde entonces, ha de asomarse a las complicadas ventanas del tacto y el oído para vislumbrar cuanto le rodea. Hace tiempo que no ve cómo pasan las horas, ni cómo se levanta el sol de madrugada o cómo matan las estrellas las últimas horas de la tarde tras un ocaso dulcemente ensagrentado de tiempo. Sin embargo, se va acostumbrando poco a poco a la idea de que ya no le quedarán más balcones que las manos y el oído para asomarse a la belleza del mundo. Ahora le toca a Guacimara llevarle el desayuno a la cama cada día, desde que tuvo que dejar de madrugar para ir al trabajo.

- Aquí tienes tus pellas de gofio y tus tostadas favoritas, cariño.

- Tú siempre tan atenta conmigo, Guacimara. No sé si lo recuerdas, pero hace unos años me preguntaste si te seguiría viendo ahora tal como eras entonces. Lo cierto es que ya hago más que verte. Te miro, y eres incluso más bella que en aquellas fechas. Ahora siempre amanace a oscuras y escucharte despeja cualquier atisbo de tempestad o tristeza.

- Oh. Déjalo estar. No tienes por qué confesármelo ahora. Me vas a hacer llorar.

- Sentía que debía decírtelo. No has dejado de estar un solo momento a mi lado, incluso en las épocas más difíciles. Solo quiero pedirte una cosa. Abre los ojos como lo haces siempre, llénandolos de amor y ternura. Yo te seguiré viendo primaveralmente hermosa y sencillamente bella.

Abre los ojos, simplemente.




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