Ahora que contemplo,
en lontananza, lo lejos
que estoy de descender
de las nubes mientras desciendo
cansado de un taxi cualquiera,
me pregunto si sería posible
llegar a ese paraíso anhelado
lleno de locos sueños,
Tom Sawyer rebeldes,
y Peter Panes ajenos a la gravedad
del tiempo y la falta de sonrisas
inocentes en una ciudad de muertos.
Aún creo que Campanilla
puede darme un trozo
de su frágil varita
para provocarme
esos escalofríos de piñatas,
aguaceros de azúcar,
y diluvios de fantasía
en los ojos verdes
y azules pese al invierno
gris y lóbrego de este instante.
El paraíso, dicen,
está lleno de muchos locos
que creen en aviones
sin gasolina, y gaviotas
subidas en trenes de aire.
Yo estoy siempre
porque defendamos
esa inusual cordura
loca de no dejar nunca
de vivir soñando,
aunque no se nos dé
permiso casi nunca.
Defendamos esa locura tierna
de vivir soñando,
mientras nos quede locura
para no morir solo de tiempo.
Aún creo que Campanilla
puede darme un trozo
de su frágil varita
para provocarme
esos escalofríos de piñatas,
aguaceros de azúcar,
y diluvios de fantasía
en los ojos verdes
y azules pese al invierno
gris y lóbrego de este instante.
El paraíso, dicen,
está lleno de muchos locos
que creen en aviones
sin gasolina, y gaviotas
subidas en trenes de aire.
Yo estoy siempre
porque defendamos
esa inusual cordura
loca de no dejar nunca
de vivir soñando,
aunque no se nos dé
permiso casi nunca.
Defendamos esa locura tierna
de vivir soñando,
mientras nos quede locura
para no morir solo de tiempo.