BREVE REFLEXIÓN CONSCIENTE
Ayer por la tarde noche me detuve un momento a contemplar cuanto acontecía en aquella pequeña guagua en la que retornaba a casa tras un paseo vespertino. Un trayecto de media hora que dio para bastante, aunque parezca un efímero periodo de tiempo.
La tarde ya se había desvanecido y las luces artificiales de los fluorescentes poblaban la angosta estancia. Sin embargo, había algo en el ambiente que la tornaba gris y triste. Mientras todo esto ocurría, algunos hablaban de todo lo que harían en su vida si tuviesen la dudosa e improbable fortuna de ganar alguna suerte de lotería o cuantioso premio. Entre estos anhelos, estaba el de viajar. Cuando uno de ellos lo mencionó, me di cuenta de cuál puede ser una de las razones de nuestra desdicha. No sabemos viajar sin movernos. Necesitamos coger un avión, un coche, un tren o cualquier medio de transporte que se nos ocurra para llegar a un posible paraíso o huir de algunos demonios o miedos sin percatarnos de que, en algunos periplos, no hay distancia que valga, ni mayor posible belleza que el lugar en el mundo que nos concede la vida en este mismo instante. Como cuando se viaja hacia uno mismo. Entonces, solo la conciencia ya nos basta. Y quizás sea eso lo que tornaba lóbrega y oscura aquella luminosa estancia. Aún estaba por hacer acto de presencia la conciencia.
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