CARTA A LA SEÑORA MENTIRA
Querida Sra. Mentira:
Sé que no le gusta mucho la verdad. Le encanta, de hecho, que lo cierto sea irreal y lo incierto se torne en la verdad. Además, me han contado que le apasiona disfrazar los ruidos, guerras, balas sangrantes y maldades de cantos de sirena o náyade. Habla también de futuro, mientras destruye sutilmente lo que existe ahora. Usted convierte los bancos convencionales en los que pueden sentarse los sueños en entidades lucrativas, sin ánimo de emoción o humanidad, donde solo son rentables el miedo a ser libres y las billeteras llenas de divisas, muchas veces sin más forma que el papel de acciones sin verbo en bolsas no de plástico.
Se pasea ya por el mundo a sus anchas. La Justicia, asimismo, la ampara como si ya no quedara más verdad que no respetar ni la verdad de uno mismo y seguir creyendo en los oasis y espejismos de belleza que nos brinda subrepticiamente. Lo peor, creo, es que esos escaparates no cierran ni en domingo ni los días festivos. Habita con nosotros las veinticuatro horas o las más de treinta, quizás, desde su punto de vista de las prisas y el tiempo que ensanchar, porque falta a veces supongo, aunque siga pasando.
Se viste de mujer frágil con guadaña de aguacero tras el buen tiempo en ristre. Nadie parece percibirla, pero por ahí anda usted siempre pululando. A veces, pienso que hasta las calles que transito no son calles sino caminos hacia quién sabe qué horizonte de humo y cansancio. Y me pregunto si usted me estará escuchando, leyendo o solo estará fingiendo como bien sabe hacerlo. Al fin y al cabo, sigue siendo mentira.
No voy a extenderme mucho más. La dejo con su verdad a medias, Sra. Mentira. Porque igual también yo estoy mintiendo ahora mismo.
Atentamente
Un ciudadano despierto del mundo
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