LO QUE NO GANAMOS
Hablamos siempre de ganar. Ganarnos la vida, ganar a la competencia, ganar mucho dinero. Vencer a nuestros adversarios. Doblegar a los rivales sin que se nos vayan todas las energías en ello a ser posible. Ganar terreno. Ganar espacio. Ganar tiempo y no malgastar cada instante como si pudiese medirse lo que nos queda o como si las horas realmente existieran y nos degradaran de veras. Tenemos que ganar medallas para nuestras respectivas naciones, méritos para nuestras familias y ganarnos la posibilidad de saciar el hambre cada día. Y la pregunta que ahora mismo me hago radica en algo simple ¿qué victoria perseguimos después de todo?
Ganamos tantas veces en la vida que me pregunto muchas veces por qué no existen podios para todos esos imprescindibles del mundo que no copan precisamente los medios. Entonces, llego a la conclusión de que, quizás, deberíamos dejar de ganar tanto. De acumular tantas fútiles victorias materiales, y perderlo todo sin que ello implique un agujero infranqueable en la cuenta bancaria. Deberíamos perder un rato. Salir de todo durante un instante. Salir afuera de la burbuja para entrar en nosotros mismos. Vaciarnos de tanta victoria, y alcanzar, quizás, el triunfo más importante de todos: descubrir lo que somos.
Todo ello sin tener que ganarnos un viernes la posibilidad de disfrutar de un soplo de libertad rutinaria otro fin de semana más. Volar sin tener que ganarnos unas alas de plastilina cuarenta horas a la semana para no salir al final de esa jaula a la que llamo lo cotidiano. Llegar al alma sin comprar el descanso y el silencio necesarios durante un corto periodo de asueto anual.
Ganar, tal vez, lo que en realidad no ganamos con tanta victoria baldía y sin sustancia genuina. Un espacio en los latidos de nuestro corazón, y un hueco en el alma, que paciente sé que nos aguarda.
Por todo aquello que no ganamos.
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