A esta lúgubre oficina,
en una tarde triste de febrero
en que la rutina se disfraza
solo un rato de colorines,
ya no acuden los pájaros.
en una tarde triste de febrero
en que la rutina se disfraza
solo un rato de colorines,
ya no acuden los pájaros.
Y mi alma me pide
que vuelva a aquellos sueños
celestes a buscarlos
para que anide la esperanza
tranquila otra vez en mi rellano.
que vuelva a aquellos sueños
celestes a buscarlos
para que anide la esperanza
tranquila otra vez en mi rellano.
Recuerdo que entonces paseaba
en triciclo por el Sol sin quemarme,
en triciclo por el Sol sin quemarme,
y la gravedad no me arrastraba
al fondo como hace ahora
con la belleza que concibo,
tras tirarla a la papelera
de alguna ilusión fútil.
Todo era maravilloso, y volar
quedaba solo a un pensamiento
certero de distancia,
que siempre llegaba
en el momento justo
para alzarme del tiempo,
el hastío, y el mundo
con el peso de la tristeza
sobre los hombros de asfalto
de una ciudad sin dioses ni sirenas.
Pero hoy los pájaros,
colibríes y demás aves
baten las alas lejos
de estos cristales.
Y sueño despierto
con que algún día
amanezca cerca del viento
mi esperanza vestida de utopía.
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