CARTA AL SR. CAPITALISMO
Estimado Sr. Capitalismo
Sé de sobra que usted es ultrapoderoso. En ocasiones, creo confundirlo con el otro Dios que gobierna todos los pasos que da, hacia adelante o hacia atrás, este mundo cada vez más enloquecido a causa de una ebriedad pecuniaria de la que pocos aciertan a salir sobrios. Pero no quiera, por favor, apoderarse también de todas las almas humanas que pueblan las ciudades. Le permito, si así lo desea, regir los destinos de algunas cosas extrañas como las acciones de verbos desconocidos, la renta variable, el tipo de interés que no conoce verbigracia, y los altibajos de un índice al que llaman EURIBOR que no señala precisamente qué camino debe seguir un turista perdido cuando pregunta hacia dónde ir en una geografía desconocida.
Ya debería bastarle con el deterioro que ha causado su presencia omnipotente y ubicua en el espíritu de cuantos parecen andar como robots hacia su rutina diaria. La consciencia humana, a veces, parece heder un tanto a níquel y las sonrisas que se pueden vislumbrar siempre van algo maquilladas con cierto interés hacia su inestimable cooperación en un cordial relación. Y estoy un poco harto. Harto de que usted lo ocupe todo. Harto de que pretenda acaparar hasta el más mínimo resquicio de humana cordura que pueda quedar en el planeta. Sus primas arriesgadas, sus rebotes al bolsillo de los pocos ricos privilegiados con cuyos capitales su relación es inmejorable, y sus mercados de valores que distan bastante de sentar cátedra me hastían.
Sin embargo, parece que su apetito voraz no tiene límites en ningún estómago, y créame que no voy a pedirle que deje de nutrirse de la avaricia y la codicia que mora en ciertas mentes sin escrúpulos, y en báculos que solo parecen mandar sobre sus poltronas. No voy a ser yo quien diga con quién debe bailar cada uno, y menos a la sombra de quién se debe estar. Pero lo que si le rogaría es que no se asome a mis ventanas de futuro cuando me apetezca ver otro horizonte desde mi balcón de sueños. Usted, para ellos, es como el Rey Midas pero a la inversa: todo lo que toca lo destruye, e incluso sería capaz de parar el viento si pudiese imponerle alguno de sus impuestos a la corriente que lo impulsa. Le frustra no poder recortar los sueños de aquellos sobre cuyas espaldas reposan alas de esperanza y lucha por un porvenir mejor. Algunos a los que ni siquiera su temor impuesto asusta. Y yo, de nuevo se lo repito, quisiera acompañarlos en esa aventura que me alejaría durante un tiempo de su presencia. Sin acritud, por supuesto. Donde pueda ondear aún la bandera sin franjas, ni colores de la humanidad.
Atentamente
Un humano algo alérgico al níquel
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