ANTES NO PENSABA
Antes no pensaba.
No pensaba demasiado,
y sobre puentes de papel
y metáforas podían andar las olas
como si tuviera piernas el agua,
y volaran las páginas de un libro
como si las historias tuvieran alas
y no pesara tanto el tiempo,
que era bastante más ancho
por aquel entonces por cierto.
Antes no pensaba.
Solo actuaba.
Y no piensen que lo hacía
como uno de esos actores
que tras el telón se desviste
para engalanarse de nuevo
con sonrisas de mármol
en las calles del mundo.
Actuaba. Vivía. Era.
Y poco importaba entonces
que en los alambres o cuerdas
de un columpio no cupiera
un sueño y que una noche
no fuera suficiente para todos,
porque hasta despierto era posible
despertar a los ángeles.
Solo me ataban las sábanas
al cansancio normal
de después de la escuela,
y las cadenas del miedo
no eran más terribles
que la dulce ceguera
de buscar a ciegas la piñata
en esos cumpleaños que no dolían
a sabiendas de que no solo
crece el tiempo,
sino también la muerte.
Antes no pensaba. Era,
simplemente, como ahora
intento seguir siendo: humano.
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