CUARTO DISCURSO HUMANO (URGENCIAS)
Ahora parece desfilar por estos inmensos pasillos una cabalgata de dolores mudos y gemidos que muchos se niegan a escuchar mientras se aíslan con sus auriculares o el maravilloso mundo del Iphone. Hay mucho ruido afuera, y es mejor replegarse mientras no te toque la gran suerte de padecer alguno de esos dolores.
Un chico entona algo solo, como si no fuera con él el agobio y las prisas con las que se transita hacia quién sabe qué mágico progreso y qué mágica fórmula de curación. Hablar se habla bastante poco en las conversaciones en las que parece que más bien se gastan palabras. Hay un hombre triste que pide limosna frente a una casa de acogida. Los pocos colibríes de esperanza que quedan necesitan respiración asistida. Los sueños parecen agonizar, mientras un solitario aspirante a poeta llora solo en los bancos de algún sitio cualquiera. Y no hablo de los pasillos de urgencias. Ahora es la ciudad la que padece la urgencia de que algo cambie.
Está algo enferma de avaricia y codicia. Un organismo nacional le inyecta algo de cubata financiero para que siga en pie artificialmente, mientras el corazón humano de sístole y diástole se le va apagando. Otra cosa es quién la va a acompañar en la más que probable sempiterna resaca posterior. Mientras tanto, me adentro más y más en lo que parece más bien la antesala de un principio y un final. Las urgencias de un hospital. Los cuidados intensivos de la poca humanidad que parece resistirse a un progreso meramente técnico, donde lo humano es mejor dejarlo al margen.
Lo peor es que no hablo de lo que llamarían en griego "nosocomio" o "casa de salud". La ciudad está enferma. Y necesita con urgencia volver a soñar urgentemente con otro mundo posible.
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