NOVENO DISCURSO HUMANO
(DIVERSAS FORMAS DE MORIR)
No voy a extenderme demasiado ahora. No se lleven a engaño. La vida es demasiado efímera como para existir solo desde las líneas de un lacónico discurso. No obstante, siento que debo volver a decir algo en esta tarde algo gris. Algo que igual gusta o disgusta.
Hay muchos que afirman que morir supone el último instante de la vida. La última sístole o diástole del corazón en el pecho. El último suspiro. El último susurro. La última carcajada. El último aliento o la última vista atrás en busca de los instantes bellos o tristes que pudimos experimentar mientras nos duraba la respiración en los pulmones o seguían en pie las cortas alas de nuestros sueños y todavía teníamos fuerzas para despertar no siempre de la mejor manera.
Y hay otros que dicen que morir también implica dejar que pasen los segundos, los minutos, las horas, y los años y nos vaya degradando sin avisar la sangre hasta el día en el que le toque a alguien querido enterrarnos y decirnos adiós. Estoy bastante más de acuerdo con esta opinión. Y ahora les diré brevemente por qué. No vaya a ser que la vida se me escape entre estos párrafos.
Veo, observo, contemplo demasiados rostros cabizbajos de camino al trabajo en el bus. No parecen felices, aunque puede que algunos estén ganando hasta 5000 euros brutos al mes. Se les ha perdido esa trémula estrella brillante en la pupila en algún lugar. Quizás, se la ha tragado una deuda descomunal o el simple hecho de apagarse por no atrever a vivir, por querer una vida estable, por no osar hacer algo diferente.
Oigo, escucho lamentos silenciosos en los bares. Las pupilas condescendientes se quejan sin decir una sola palabra, porque parecen no hablar. Pero me están diciendo algo en un diálogo propio de los hermanos Marx en la década de los cuarenta. Detiene un desconocido sus pupilas en mí como si me pidieran ayuda. Es un SOS sin taquígrafos de por medio que intento descifrar.
Parecen morirse esas almas sin remedio, antes del último suspiro, la última carcajada o el último latido. Como el líquido de una cerveza derramada en el asfalto al amanecer. Sin más historia que una huella algo mefítica. Y, entonces, me pregunto si tenían razón los primeros que he citado. Si solo se muere cuando se nos apaga la vida o si también puede difuminarse como los colores de los Plastidecor en cuanto marginamos a la inocencia o las ganas de ser para volvernos cuerdos adultos sin más ilusión que construir una familia, tener una casa y escribir un libro. Hay tantos muertos prematuros en este potencial Olimpo de dioses y astros humanos sin historia en los mitos. Hay tantos cementerios ambulantes que creo, a veces, que daría menos miedo adentrarse en uno real.
Y solo puedo ahora alzar mi voz sin alargarme demasiado y decirle a mi vida que estoy aquí. Y que quiero conocerla en profundidad. Hasta que la muerte deje de darme su aprobación. Con un último latido con el que diré, tal vez, no adiós, sino hasta luego. Vida mía...
0 comentarios:
Publicar un comentario