Contemplo ahora el mediodía. El sol escribe a su manera los trazos de la luz en el asfalto mientras broncea mi piel y alegra algunas almas mustias que se habían olvidado de sembrarse felicidad de cuando en cuando. Un chaval escribe su amor con grafitis en las paredes de una calle. Otro hombre parece escribir su ebriedad en forma de pasos torpes y tambaleos. Una rosa asomando sus pétalos me redacta ante mis ojos un tierno preámbulo de primavera. El ruido monótono de los buses no tan frecuente como a lo largo de la semana me da la idea de otro día de descanso dominical.
Alguien sueña en un banco. Su melancolía e incertidumbre escriben quién sabe qué futuro verso ante la impertérrita acera. Un mendigo resume su triste pobreza en unas bolsas de plástico y un carrito de la compra sin euros ya. La lluvia no escribe nada en el pavimento. Ni una gota. Y me sorprende que los niños también escriban en los columpios tantos acordes cotidianos en este maravilloso y soleado día.
Yo, mientras tanto, observo toda la escena. Pluma o numen en ristre, la desnudo como a una fresa los primeros coletazos del verano. Y me digo casi lo mismo que se decía Sabines: "me encanta Dios". Yo añado así que me gustan sus formas de escribir el mundo y que, en el camino, me sobresalte la belleza de otra historia o poema.
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