ESTEFANÍA
Los griegos te coronaron de laureles.
Tu nombre nació coronado de victoria
en la polis a merced de Poseidón y Zeus.
Y ahora el candor que desprendes
de unas palabras melifluas impregna
el Olimpo humano de tu ser.
Aún no te conozco demasiado.
Es cierto, pero, a veces,
parece como si mis ojos
quisieran surcarte la mirada
como barcas a la espera
de una corriente que las rescate
de su naufragio en el asfalto:
el mar, a veces, tiene esquinas
y orillas en alguna isla humana.
Y dices también que sabes
que la eternidad solo existe
allá donde los puentes
son de aire y se pueden empaquetar
los sueños bajo las sábanas,
como maletas a la espera
de otro viaje a lo desconocido.
Y puede ser que la vida
sea efímera como el polvo
que se posa en los alféizares
de las ventanas cual pájaros
de viento en la materia.
Pero siempre hay algún espacio
para la eternidad en algún recuerdo,
en la belleza de algún poema.
Ahora en estas palabras
también para el silencio
dulcemente humano
de tu anónimo nombre, Estefanía.
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