DÍAS DE REYES
Los Reyes todavía parecen ricos y magos. No hay fondos de inversión que especulen con la ilusión palpable en el trémulo brillo de las pupilas de los nietos. Manuel y Antonia esperan impacientes a que lleguen los murmullos, la inocencia y la alegría a unos cuantos escalones de distancia de la puerta principal del salón de la casa. Los sueños, a veces, también se atreven a galopar por la imaginación a lomos de una Monty. El sempiterno viento de Arinaga no parece óbice alguno para echarse una breve aventura por pequeñas lomitas y solares donde el ladrillo todavía no reina. Los infantes se divierten. Y mientras tanto, padres y madres charlan de sus cosas, cuentan chistes, entre otras cosas, ansiosos de que los olores de una paella, los pasteles y el hermoso aroma de la felicidad impregnen la estancia. El tiempo no pasa. Fluye como si no degradara la sangre las arterias y las venas por las que corre como un caudal de horas hacia el final de un trayecto. Son buenos tiempos de billares, risas, partidas de mesa, dulce ebriedad, canastas y canciones en los que el día se hace corto, y la tarde no derrama otras lágrimas naranjas en forma de ocasos despidiendo otra jornada.
Hoy me observan. Sentados en un sillón empolvado de olvido, pero también gratos recuerdos. Un perro de peluche por el que parecen no pasar los años y un canario cuya avanzada edad ha apagado sus ojos y su silbido. Su silencio, el de ellos, ahora es testigo de que algo ha pasado. Algo que parece haberse ido, pero sigue resonando en el recuerdo como un piano regalando el "Para Elisa" al aire de los años y los siglos. He vuelto otro día de Reyes a aquel garaje. Y siento, pese a todo, que los Reyes todavía parecen ricos, inmensos y magos mientras no olvido lo feliz que soy hoy por poder contarlo. Melchor, Gaspar y Baltasar vienen extrañamente este día de estío cargados de nostalgia y amor a aquel rincón onírico de Arinaga, que no olvido.
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