COSAS QUE PASAN
Ahora un infante lloriquea mientras aguarda impaciente que las manos de su madre lo consuelen. En la misma calle, la tristeza de otro indigente pasa desapercibida. El Sol se asoma en mi ventana y mis ojos se embelesan al contemplarlo. A veces, también siento que acontecen demasiadas cosas en la rúa con pantalones, camisas, trajes en ristre y un corazón demasiado metalizado que les va pesando cada día más como otro castigo de latidos y tiempo y rutina terribles.
No puedo remediarlo. Veo, observo. En ocasiones, llego a lo que se dice mirar. Ahondo más allá de las siluetas e intento desnudar lo que acontece tras las fachadas de los edificios o las máscaras sin Carnaval de muchos rostros. Y percibo muchas cosas. A veces, demasiadas. A veces, lo que me viene a la pupila, y lo que acogen mis iris son cosas cuya única aspiración algún día pueda ser copar las páginas de algún diario en la sección de sucesos o los obituarios. Cosas sin historia que, sin embargo, hacen la historia con sus huellas pequeñitas y su melancolía casi invisible y muy esquiva. Cosas a las que moderan los salarios. Cosas a las que recortan ahora con afán derechos que nunca fueron línea recta en las curvas sangrientas y duras de la Historia. Cosas cuyas emociones se traga una oficina o rompen como una ola entre las bambalinas de su soledad. Nadie debe saber lo que ocurre si no merece estar en los medios.
Pese a todo, también acontecen cosas hermosas. Yo, a veces, miro a una muchacha sentada en sus sueños sobre un banco del parque. Otro niño no lloriquea, sino ríe mientras sus padres lo balancean en unos columpios. Veo transitar a un payaso de nariz roja que me hace también sonreír un poco. El día puede amanecer de otra forma sin duda, aunque ocurran muchas cosas. Quizá demasiadas.
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