HUIDAS
Muchos quieren escapar. No saben muchas veces adónde. Pero quieren marcharse, partir. Encontrar otro lugar en que brillen algo más que las luces efímeras de la flama de una chimenea o unas farolas desgastados. Palacios de aire que se sostengan solo con palabras. Auténticas maravillas oníricas. Algunos acuden a un teatro en el que los sueños no piden entrada por adelantado, y tampoco se necesita gran cantidad de dinero para acceder a los palcos de los anhelos más imposibles.
Todo se puede ver en ese lugar desde la tribuna más alta. Tan solo hace falta, a veces, que los ojos se cansen y tras los párpados se abra otro telón no tan roído y sin tantos días grises y lóbregos. Todo con el fin de irse.
Hay alguien que también se sienta solo en un banco, y se imagina que es un columpio en el cual se puede balancear un posible paraíso al cual se puede entrar más allá de un obituario o una esquela. Ya se sabe que a muchos no les gusta hablar del cielo hasta que les toca irse de verdad. Por eso, también se lo guarda para sí mismo y solo lo cuenta en presencia de una libreta algo desgastada.
Yo me marcho también un rato. Aún no se adónde. Pero he de huir por las ventanas de alguna fantasía que todavía vive, y me espera. Solo espero que no se me exija pasaporte cuando salga de esta ciudad, porque hoy solo llevo mi alma de equipaje, y mis recuerdos en la maleta de mano. Y necesito. Me urge huir durante un instante.
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