CEGUERA
Estas
calles ahora padecen
ceguera
terriblemente lúcida.
Nadie
siente la lluvia,
que
solo moja, que solo empapa.
Nadie
la toca. Solo el techo
por
el que se mecen unas hojas
mojadas
a través de una ventana.
Los
bancos de un parque
solo
sirven para sentarse.
Y
nadie ve cuántos sueños
se
levantan el horizonte lejano
que
esconden los rascacielos,
la
molicie urbana y los catalejos
miopes
de la rutina.
Los
perros solo ladran.
La
belleza solo es de silueta hermosa,
aunque
alguien invidente
pueda
darse un paseo cada día
por
los extremos de lo hermoso,
mirando
más allá de lo que ve
alguien
que solo ha despertado
para
ir a su trabajo como de costumbre.
Este
mundo padece,
ya
lo he dicho, ceguera
terriblemente
lúcida.
Las
estrellas se ven
solo
dormidas como luz
nocturna
y efímera,
Nadie
contempla sus pupilas
de
esperanza y fantasías.
Quedan
demasiado lejos, tal vez,
tras
las farolas sombrías
que
nos escabullen de la noche.
Y
mucha gente piensa
que
la gente no es nadie.
Que
no hay historia
que
no tiene historia
en
las siluetas,
cuando
hay mucho más dentro
que
fuera por describir.
Hay
miopías, astigmatismos
e
hipermetropías que no curan
las
lentes cóncavas o convexas
de
unas simples gafas.
Y
hay luces con las que no basta
apretar
un interruptor para mirarlas.
Cuando
amanece solo
en
el cielo sin sorpresa.
Y
todo es igual
a
lo que nunca es distinto.
Cuando
solo ven los ojos
desde
la retina.
Y
la ciudad se queda a oscuras,
y
tú, y yo, nos quedamos a oscuras
frente
a la belleza de mirar
el
mundo desde las pupilas
sin
córnea de la consciencia.
Este
mundo, ya lo he dicho,
padece
ceguera
terriblemente
lúcida.