DESPUÉS DE LA SANGRE
Atracan los golpes
sobre la espalda
como anclas de dolor,
y el miedo abre sus camarotes
sobre el llanto que recorre
los cabos de mejillas amoratadas.
Los nudillos se anudan,
y entrelazan en los ojos
como una piel de serpiente
que da pavor
más allá del veneno.
Y el aire empieza también
a doler como una herida:
respirar es difícil,
cuando todo son látigos
sobrevolando la estancia.
El maltrato carcome, atenaza,
cercena, y se debilita
como el agua de un río
al que asola la sequía
sin que asome, a veces,
la punta de un cuchillo
o una palma ensanchada
sobre el miedo.
Y sin embargo, después
de cada golpe,
después de la sangre
una sonrisa se puede escribir
tras la tristeza.
Aunque duelan los golpes,
a veces, sin puños del maltrato.
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