NO PODÍA CREER
No podía creer
lo que decían mis palabras.
El paraíso era algo
que ya se había diluido
de los ojos como la última gota
de ebriedad en cuyo mar
de burbujas rosas quise quedarme.
Y ya no podía cabalgar
por la libertad en mi bicicleta
de dos ruedas hacia los sueños.
Pero no tenía cerrados
los ojos a la sombra.
Y ahí estabas, penetrante
y dulce como la espina
hermosa de un flor en primaver.a
Y no te ibas, como el agua
de las orillas cuando sigue
el vaivén cadencioso de las olas.
Te amé solo un momento.
Sentí que me abrasaba
el calor, aunque fuera invierno:
bastaba que me envolvieran,
entonces, tus brazos
para que no existiera más nieve
que el frío sudor de tu cuerpo,
blanquecino.
Y aún ahora
que solo te escribo
siento que, en mi soledad,
aún me acompañas.
Tal vez, porque necesito
una voz que pronuncie la mía.
Aunque ya eche de menos
aquel sueño.
Aunque te eche de menos.
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