MÚSICA PARA EL ALMA

viernes, 6 de noviembre de 2009

REGALOS VERDADEROS



REGALOS VERDADEROS

Llega el seis de enero. Los niños esperan que unos mágicos reyes venidos de Oriente colmen sus sillones de juguetes con los que llevan soñando todo un año cargado de ilusiones. Pasa poco más de un mes, y los enamorados esperan que se consolide el cariño mediante alguna “espontánea flor” que un santo, al que le encantan los grandes almacenes, deposita en nuestras vitrinas. Transcurre más tiempo, y se nos avecinan cumpleaños, fiestas señaladas y otras onomásticas para que nos preparemos para envolver nuestras peculiares muestras de cariño. Y así discurre el devenir del tiempo, hasta que otro chavalín llegado desde el Ártico llena de emoción unos calcetines colgados de abetos. Y vuelta a empezar. La pregunta es: ¿Acaso regalar objetos basta para demostrar cariño y afecto, y dar lo que un alma necesita?

En este mundo, se regala cada vez menos lo que verdaderamente se puede apreciar sin que haya que ponerle el valor pecuniario que reza en una etiqueta. Cada vez brindamos menos al prójimo la oportunidad de sentir un temblor, de emocionarse, de guardar tesoros en la memoria que no se irán y, en fin, de hacer que perdure en su recuerdo un instante fugaz y hermoso de su vida. Porque los regalos, a veces, no vienen envueltos en ninguna caja. Porque los objetos materiales que damos, algún día, serán pasto del óxido y el olvido de los desvanes, a diferencia de los recuerdos hermosos que duran en la memoria de quien los vive hasta que muere e, incluso, se vuelven inmortales en el recuerdo de alguien que conoció en vida. Por estas razones, entre otras, nos deprimimos más, nos sentimos más solos, y estamos más carentes de algún momento inolvidable.

No hay nadie que nos abrace de verdad. No hay nadie que deje de preocuparse de guardar las formas para quedar bien con nosotros mediante una postal navideña cuyo mensaje es más falso que un billete de 10 céntimos. Sentimos poco, y hablamos poco con el corazón. Hablamos por gastar palabras, en una suculenta cena, y, como no podía ser de otra forma, al final siempre nos queda esa sensación de vacío impenetrable que un paquete sólo colma durante el instante en el que lo miramos. Nos damos muchas cosas, pero no nos regalamos nada, al fin y al cabo, porque estamos carentes de temblores, emociones, etc.. Lo que verdaderamente vale. El verdadero regalo de existir y saber que otros son conscientes de que existimos.

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