TAN FELICES LOS NOVIOS
Se caían los párpados
sepias de la tarde
tras el horizonte.
La luna asomaba su cabello
blanco de estrellas en el cielo.
Y parecía que otro día iba a morir
como otro cualquiera tras las olas
grises de final de mediodía.
Pero en otro lugar amanecía.
En dos miradas de cuyo fulgor
el mismo sol sentiría envidia.
En dos corazones que, tal vez,
echarán de menos el mar
salado de unas lágrimas.
Caía cansado el sol vespertino.
Se disipaban otras horas de rutina.
Pero había algo en el aire
que era distinto a un brisa
monótona sin más destino
que el silencio. Dos palabras
que sólo conocen quienes saben
lo que vale el amor,
cuando se sabe labrar
desde la rosa, y la espina,
desde la ternura, y la herida,
y la angustia, y el anhelo,
y la añoranza, y el reencuentro.
En aquel poema rutinario
dos palabras eran diferentes
a las aceras pavimentadas de siempre,
pisadas por invisibles.
"Te quiero". Y tan felices
estaban los novios.
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