PAPEL, BENDITO PAPEL
Nunca había costado tanto doblar y romper un papel. Nunca había sido tan díficil arrugarlo y que su obsolescencia nos costara más de un riñón. Pero lo cierto es que la pecunia se está tambaleando. El olor de los billetes comienza a apestar. Y se atisba, ya no tan en lontananza, un futuro en el que las carteras llenas dejarán de poblar los estancos, los supermercados, y las cumbres internacionales en las que unos pocos parecen dirigir los destinos de todo el mundo. El planeta se ha revelado contra las órdenes de unos pocos, y las finanzas bursátiles y capitalistas se tambalean como un trompo que va perdiendo su fuerza conforme va dando más y más vueltas sobre sí mismo. Era cuestión de tiempo que se dejase de hablar del G20 en un mundo en el que 7000 millones deben permanecer en silencio ante las injusticias. El proletariado es mucho mayor que esos pocos. Y así lo demuestra la fuerza que se esconde bajo las tiendas que acampan en todas partes. El bendito papel o vil metal, como algunos autores lo llaman, se empieza a deshilachar. Quien sabe durante cuánto tiempo seguirá imperando en nuestros bolsillos el imperante y necesario tintineo de las monedas.
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