DEMASIADO FUTURO
Se dice, desde tiempos inmemoriales, que el presente es lo que llega ahora, y que el futuro que, supuestamente, está por venir quizás nunca lleguemos a palparlo como algo tangible entre nuestros brazos de imaginación. Ahora es lo que somos, y lo que acontecerá después nadie lo sabe con certeza, aunque haya muchos aspirantes a adivinos que se aprovechen de los miedos de la gente para hacerles creer que unas “cartas mágicas” van a resolverles un supuesto porvenir.
En el ahora, está todo lo que somos. Y no en lo que puede acontecer después de este segundo. Por esta razón, resulta bastante triste vislumbrar, en muchas ocasiones, cómo la gente se pasa la vida haciendo planes de futuro para “consolidar” sus vidas en una casa bonita con vistas al mar, un buen plan de pensiones, y un camino ya trazado en cuyo sendero se divisan cuarenta años de amargos lumbagos a causa de pasar demasiado tiempo sentado en la oficina, sin andar. Habríamos de preguntarnos cuánto tiempo de nuestras vidas nos pasamos la vida programando futuros que, a veces, nunca terminan de llegar y cuánto tiempo malgastamos pensando en hacer planes que nunca terminamos de llevar a cabo. ¿Cuántos momentos maravillosos nos estaremos dejando por el camino en este mismo momento en el que alguien, quizás, se está deteniendo a escribir esta pequeña reflexión?
El tiempo perdido nadie nos lo va a devolver. Y las horas que desperdiciemos tirando momentos bellos a la basura por labrarnos un porvenir que, tal vez, no llegue nunca no van a volver a girar con la misma intensidad que ahora en esas martirizantes agujas del reloj. El tiempo no va a dejar de discurrir, aunque se detengan todos los relojes que marcan las horas. Por ello, tenemos una ardua tarea, tal vez, que llevar a cabo a lo largo de nuestras vidas: no perderlas pensando en inanes futuros y vivir más lo que verdaderamente somos: cuestión de un momento.
Se dice, desde tiempos inmemoriales, que el presente es lo que llega ahora, y que el futuro que, supuestamente, está por venir quizás nunca lleguemos a palparlo como algo tangible entre nuestros brazos de imaginación. Ahora es lo que somos, y lo que acontecerá después nadie lo sabe con certeza, aunque haya muchos aspirantes a adivinos que se aprovechen de los miedos de la gente para hacerles creer que unas “cartas mágicas” van a resolverles un supuesto porvenir.
En el ahora, está todo lo que somos. Y no en lo que puede acontecer después de este segundo. Por esta razón, resulta bastante triste vislumbrar, en muchas ocasiones, cómo la gente se pasa la vida haciendo planes de futuro para “consolidar” sus vidas en una casa bonita con vistas al mar, un buen plan de pensiones, y un camino ya trazado en cuyo sendero se divisan cuarenta años de amargos lumbagos a causa de pasar demasiado tiempo sentado en la oficina, sin andar. Habríamos de preguntarnos cuánto tiempo de nuestras vidas nos pasamos la vida programando futuros que, a veces, nunca terminan de llegar y cuánto tiempo malgastamos pensando en hacer planes que nunca terminamos de llevar a cabo. ¿Cuántos momentos maravillosos nos estaremos dejando por el camino en este mismo momento en el que alguien, quizás, se está deteniendo a escribir esta pequeña reflexión?
El tiempo perdido nadie nos lo va a devolver. Y las horas que desperdiciemos tirando momentos bellos a la basura por labrarnos un porvenir que, tal vez, no llegue nunca no van a volver a girar con la misma intensidad que ahora en esas martirizantes agujas del reloj. El tiempo no va a dejar de discurrir, aunque se detengan todos los relojes que marcan las horas. Por ello, tenemos una ardua tarea, tal vez, que llevar a cabo a lo largo de nuestras vidas: no perderlas pensando en inanes futuros y vivir más lo que verdaderamente somos: cuestión de un momento.
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