LA CAMA DE AL LADO
Una lágrima repentina
se asoma a mis ojos
como otra anécdota salada más
de mi nostalgia.
Ahora está sola. Una sábana
blanca es lo que me recibe
cordialmente al adentrarme
a la habitación.
Una arruga en la tela
parece sonreírme.
Pero sus veinticinco años siguen ahí,
sobreviviendo como aldeas
pequeñas de recuerdos
a la devastadora tempestad
de las agujas del tiempo.
Aquellas carreras en triciclo.
Las corredurías con Mowgli
bajo aquellas sábanas selváticas
en las que descansaba mi casa
de sueños y colibríes.
Y la respiración acompasada
de su insomnio, y su vigilia,
y el silente y dulce
estrépito de un leve ronquido.
He vuelto a aquella casa
en la que arrancamos juntos
diecinueve calendarios,
y el mar que nos separa.
Y lo saludo, a mi hermano,
aunque sepa que ya no volverán
a rescatarnos juntos
los recuerdos.
Bajo aquella sábana blanca
que ahora me da la bienvenida,
con una arruga en su tela,
y una herida dulce
de sueños en el colchón.
Supongo que aún lo pienso
como entonces,
en la cama de al lado.
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