SONRISA DE GUITARRA
Ya no va a dormir más detrás de la cama. Él se acerca despacio a su guitarra. Tiene ganas de pasear sus dedos por las finas cuerdas de aceros que un mástil sostiene, robarle dulcemente algo de sosiego al silencio y rozar el infinito con los dedos. Lleva unos meses sin quererla a su manera, y el epicentro de la calma ahora es la música que va a empezar a sonar de un momento a otro. El concierto del zumbido de una mosca es lo único que lo acompaña al lado del sofá en el que se dispone a rodar maravillas sobre un trozo de madera sonoro. La idea de regalar sonrisas fluye ahora en su mente como un río sin más obstáculo que la desembocadura para su agua corriendo.
Empieza a tocar. Sus padres y una amiga lo observan y lo escuchan atentamente. La sonrisa sempiterna de su madre, en ese instante, lo conmueve. Está tocando las puertas del cielo. Sus poros se erizan. Hace tiempo que ella, su madre, no recuerda algunos sonidos, porque el Alzheimer los ha hecho pasar a mejor vida. Sin embargo, en las cuerdas siente algo especial que le hace olvidar cómo el gris de sus cabellos va carcomiendo poco a poco su pretérita belleza. Es el momento de que los pensamientos comiencen a volar de nuevo, aunque se hayan quedado anclados en los manteles antiguos y las fotos. Ella mira a su marido.
¿Recuerdas cuando me tocabas a Silvio?- le dice sin que su marido se lo espere.
Para un sonrisa ha servido, y para tocar durante un momento las puertas del cielo. Una sonrisa materna de guitarra.
Empieza a tocar. Sus padres y una amiga lo observan y lo escuchan atentamente. La sonrisa sempiterna de su madre, en ese instante, lo conmueve. Está tocando las puertas del cielo. Sus poros se erizan. Hace tiempo que ella, su madre, no recuerda algunos sonidos, porque el Alzheimer los ha hecho pasar a mejor vida. Sin embargo, en las cuerdas siente algo especial que le hace olvidar cómo el gris de sus cabellos va carcomiendo poco a poco su pretérita belleza. Es el momento de que los pensamientos comiencen a volar de nuevo, aunque se hayan quedado anclados en los manteles antiguos y las fotos. Ella mira a su marido.
¿Recuerdas cuando me tocabas a Silvio?- le dice sin que su marido se lo espere.
Para un sonrisa ha servido, y para tocar durante un momento las puertas del cielo. Una sonrisa materna de guitarra.
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