DIÁLOGO EXTRAÑO CON MI BOLÍGRAFO
Hace tiempo que no gira ningún mundo ilusorio y entintado por su esfera azul, porque llevo algunos meses sin dejar que cabalguen sueños por sus trazos trémulos y, a la vez, vigorosos. Se ha tornado, en estos días, un jamelgo al que ya no saco a pastar por aquellas praderas ensoñadas de fábulas y letras maravillosas cuyas fronteras ya no puede abarcarlas la estrechez de su habitación de metacrilato. Y ahí está, sobre la mesa, pidiéndome a aullidos que lo vuelva a empuñar como antaño y lo saque del olvido como aquella espada de fantasía con la que me batía contra todos mis pesares sin más miedo que se le acabara aquella sangre azul con la que reinaba en mis paraísos. Me reclama un poco de atención, algo más que antes. Pero ya no me queda tiempo para entablar conversaciones profundas con él, y sólo puedo darle la bienvenida cuando algo rebasa mi recuerdo y necesito que me escriba alguna nota en un mísero trozo de papel. Entonces, se siente algo agradecido y me sonríe de una forma un tanto peculiar, muy propia de él. Me regala otra aventura, tal vez, otro párrafo más de historia. Sin embargo, ahí ya he de detenerme. Y, entonces, se pregunta por qué, cuando aún no hemos empezado el trote juntos, ya lo quiero dejar. Le digo que ya no tengo las mismas energías que antes, y que mis manos prefieren que la imaginación vuele ya sobre las teclas de un ordenador, porque el espacio virtual es infinito y, además, me permite luchar mejor contra la fatiga. Me cansa demasiado esgrimirlo como en otros tiempos. Y, a veces, sé que, desde una esquina apartada de la mesa, solloza en silencio para que no escuche caer sus lágrimas de tinta sobre la madera algo astillada y carcomida por los años. Ya sólo puedo decirle que no puede acompañarme por ahora en ese camino curvílineo o recto de versos y caricias de tinta. Tal vez, cuando no me extenúe seguir escribiendo mi historia, vuelva a dialogar con él como antaño. Mi bolígrafo...
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