A MI CUADERNO
Se siente solo. No hay letras que lo acompañen, mientras el silencio parece querer asediar cada rincón del polvo que lo envuelve bajo los cajones. Tiene miedo del paso del tiempo y teme mucho que lo deje relegado al olvido como una huella de tinta que se evapora tras el poema, porque ya lleva solo algunos años en los que sólo han habitado sus costas de anillas las sombras de las paredes. Echa de menos ya gotear sudor por sus poros de márgenes como alguien al que le gusta echar a volar sin despegar demasiado los pies de las aceras. Tiene mucha nostalgia de aquellos tiempos en los que cada latido de mi corazón palpitaba entre sus márgenes, y sé también que le gustaría mucho navegar en mis travesías por los sueños como grumete de un barco velero cuyo timón nunca se sabe hacia qué rumbo va a orzar la nave. Ser ese compañero fiel de triunfos, conquistas, desventuras y naufragios. Ya no le doy aquellas alegrías de antaño, gracias a las que sus líneas azules de cuadros se volvían pequeños remansos de paz en los que mis palabras podían descansar tranquilas sin ruido alguno que las molestase y cambiase sus verbos de calma por sustantivos de congoja y aflicción. Y tampoco le pido que me ceda su hombro siempre leal para verter sus cascadas de sal y amargura sobre mejillas de papel, y que así apuren su carrera al exilio de mis pensamientos los fatuos fuegos. Supongo que lo he dejado algo abandonado, y que ya no es aquel confidente cuyos oídos imaginarios siempre estaban dispuestos a escuchar, aunque les fuera los tímpanos en ello, porque ahora mis dedos cabalgan sobre teclados, mientras redacto otra página de mi historia fuera de sus escuetas fronteras de fibra vegetal empastada. Sólo puedo decirle, desde aquí, que no se preocupe. Quizás, dentro de poco, vuelva a escribirle. A mi cuaderno. Hasta luego.
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