IMAGINEMOS
Ahora quisiera adentrarme en la enorme habitación blanca de aquella onírica mansión en la que transitan tantos sueños de paz y concordia. Quisiera adentrarme por entre aquellos vericuetos, envueltos en una espesa niebla y rodeados por un ejército bien formado de árboles, que conducen al sosiego.Quisiera, durante un momento, imaginar que, al andar camino a la casa, no se canse el silencio de estar tranquilo. Me encantaría, tal vez, entonces, abrir con toque leve y frágil enormes ventanas tras cuyos cristales el sol regala algunos gramos de amanecer, mientras alguien de tez blanca, ojos ocultos tras el color sepia de unas gafas redondas y oído privilegiado para escuchar los trinos del viento, regala pentagramas invisibles y maravillosos de armonía, ritmo y compases a mis tímpanos, ansiosos de borrar ruidos de la memoria, con sus dedos cabalgando sobre teclas de piano ebúrneas y suaves. Y mientras tanto, imaginar mucho. Imaginar que nadie va a quebrar ese momento maravilloso con el estruendo terrible de alguna bomba. Imaginar que no van a existir más fronteras entre las pieles que la melanina que las torna más blancas, o más negras, más rojas o amarillas. Imaginar que el mayor tesoro está siempre en emocionarse y ser humano sin que existan más ataduras al mundo que estar de pie, y andar para vivir. Sin cadenas pecuniarias. Y mientras, que se levante la paz sin molestar demasiado, sin sonar a guerra, aunque una bala te haya atravesado el corazón ya. Imaginemos John, imaginemos.
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