Ayer pude morir.
Sentía, entonces,
como si mis palabras
se cruzasen alocadamente
cual barcos que han perdido
el rumbo recto del timón.
Sobre el agua ya era
casi transparente.
Y me había olvidado
de mi cuerpo.
El corazón era un pulso
uniforme de frío y tristeza.
Y quería irme tras la puerta
de mi soledad
rumbo a mi eterna melancolía
Un último poema
había aún de escribir:
toda la vida que me queda.
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