Ya no estaba.
Se había ido silenciosamente.
Sin arrastrar la puerta
ya había dicho adiós.
Sus besos de fruta,
sus caricias de tierra,
y su sabor a primavera
también habían desaparecido
como el brillo dorado
en las vías del tren.
Ya no estaba.
Tan solo podía recordarla,
mientras la quería,
silenciosamente
en su ausencia.
Ya no estaba.
Sin arrastrar la puerta
ya había dicho adiós.
Sus besos de fruta,
sus caricias de tierra,
y su sabor a primavera
también habían desaparecido
como el brillo dorado
en las vías del tren.
Ya no estaba.
Tan solo podía recordarla,
mientras la quería,
silenciosamente
en su ausencia.
Ya no estaba.
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