Tienes vida. Aún tienes vida.
Te mueves sin pasos,
y eres la agridulce soledad
que sigue acalorando estas palabras
como un Sol que nunca acaba
de ponerse sobre el horizonte,
aunque haya muerto la tarde:
tu mirada nunca se acaba
en el brillo de la pupila.
Sigue saludando
a las estrellas
desde mis ventanas de nostalgia.
Tienes vida. Sigues ahí.
Tu pulso late como los remolinos
sobre el agua, cuando corre
el río, y sigue galopando
la corriente sobre el mar
cuando desemboca en tus labios.
Y estás en el viento,
en cada paso cansado
de la ciudad.
En cada estela de humo
que legan las chimeneas.
En cada siglo de belleza
que solo dura, en ocasiones,
un poema que termina
y empieza contigo.
Estás en todos los seres,
y eres todo lo humano
que conozco, quizás.
Te multiplicas en tu ausencia.
Eres metáfora inefable,
cuerpo a la deriva
sobre mis barcos de papel
rumbo a esa isla
en la que solo existe
el misterio de esos destinos
que quieren atarse
al cielo aun sin poder volar
como palomas de adiós,
o ternura.
Tienes vida. Aún tienes vida.
Aunque ya haya de decirte
adiós, otra vez.
Porque abro los ojos.
Y es tarde
para seguir transitando
la calle del olvido:
siempre cierra a mediodía
la melancolía
en forma de sueño.
Tienes vida. Aún tienes vida.
Mientras te recuerdo.
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